Es evidente que las actividades depredadoras del hombre -el animal más peligroso para la supervivencia de su propia especie- han causado exponencial daño al ecosistema mundial.
En los países industrializados y en los subdesarrollados, se ha venido produciendo una degradación bio-ambiental causada por el vertiginoso crecimiento infraestructural de la era moderna: más fábricas, más plantas de montaje, más redes de carreteras, más puentes, más puertos y aeropuertos, mayores complejos habitacionales y comerciales, están reduciendo la tierra natural y la están demandando mayor energía.
A todo esto se suman la lluvia ácida, ríos contaminados, lagos muertos, más suelos erosionados, más bosques devastados y más ciudades dioxidadas, ámbito que se está calentando globalmente y produce el llamado efecto invernadero, por ser la tierra un sistema termodinámicamente sellado.
En este escenario los medioambientalistas se han venido convirtiendo en los protagonistas que están propiciando cambios radicales en los comportamientos sociales, en la calidad de vida, y en el cuidado del globo terráqueo, a fin de preservar esta nave planetaria para el disfrute de futuras generaciones. Todo esto está bien y por ello hay que planificar armoniosamente las relaciones humanas con la naturaleza.
En Colombia “las soluciones verdes” como se conocen estos controles comenzaron hace medio siglo y curiosamente se han venido convirtiendo, en no pocas ocasiones, en “la piedra en el zapato” de los planificadores. Porque como dice el adagio “bueno es culantro pero no tanto”. Desde luego cuando hablemos de conservar no necesariamente es abrirle paso a la utopía, sino prospectar y realizar su uso adecuado y sobre todo no tratar de impedir el desarrollo, sino como dicen los expertos, redefinirlo.
Todo esto lo escribimos en momentos en que muchas de nuestras obras, especialmente las llamadas de cuarta generación, están encontrando serias dificultades en las regiones por culpa de estos economistas lesseferianos. En nombre de la causa ecológica no se puede seguir impidiendo el urgente desarrollo de nuestras regiones.
Hay que delimitar muy bien donde termina la sensatez ambiental y donde comienza el dislate ecológico. De esto se trata si no queremos seguir padeciendo los problemas que por ejemplo está teniendo el trazado de la avenida longitudinal de occidente Alo y los programas de salvación de esa gigantesca alcantarilla en que se ha convertido nuestro rio Bogotá.
No podemos olvidar que en el caso de la Alo se está obstaculizando la descongestión de por lo menos un 30% del tráfico de la autopista norte, cuando los vehículos que acceden a la capital tienen que atravesarla en vez de bordear periféricamente el casco urbano. Todo esto sin hablar de los problemas que está teniendo el Alcalde Enrique Peñalosa con los humedales del norte, a cuyo nombre unos desaforados ecologistas le están impidiendo rediseñar la expansión urbanística de nuestra ciudad.
Adenda Uno
Cuando hablamos de LGTB, no es lo mismo dejarlos salir del closet que permitirles meterse en nuestra cama.
Adenda Dos
¿Cuándo será posible que el ex presidente Álvaro Uribe permita que reine la paz en nuestro país?
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