Con asombro y franca vergüenza hemos asistido al linchamiento público que, en forma de manifestaciones públicas, han organizado las sectas cristianas y la Iglesia Católica contra la ministra de Educación, Gina Parody. Barranquilla y Bucaramanga, dos de las ciudades que tienen los mayores índices de violencia contra la mujer y de paternidad irresponsable, lideraron el número de asistentes a las marchas. Al ritmo de madrazos contra el Presidente, la Ministra, su familia y la comunidad LGTBI, se colaron oportunistas de todos los pelambres para pescar en el río revuelto del fanatismo. El Centro Democrático, el primero. El mismo que le ordena a sus militantes jóvenes “aplazar el gustico” pero casa de blanco a sus senadoras embarazadas. Y, como no, la senadora Viviane Morales, para vergüenza del Partido Liberal.
Lo más asustador no es comprobar el inmenso poder que sigue teniendo la Iglesia Católica sobre la población colombiana, sino la absoluta involución de esa Institución que ni siquiera deja entrar los vientos medianamente renovadores de su máximo jerarca. Son, en efecto, más papistas que El Papa.
No es la primera vez que la jerarquía católica nacional matonea una mujer en el poder. Ya lo han hecho antes. Y ya han sido derrotados. En 1954 Monseñor Concha Córdoba le armó una parecida a doña Esmeralda Arboleda por un proyecto de ley que “suprimía la discriminación jurídica contra la mujer”. Para el Prelado, la familia desaparecería si la autoridad del hombre no primaba.
No hace mucho, en 1975, Monseñor Darío Castrillón, el que se inventó el lavado de dinero con agua bendita al aceptar narcolimosnas, vetó a doña Dora Luz Campo de Botero como gobernadora de Risaralda por estar casada por lo civil. López Michelsen, tan liberal y todo, terminó cediendo al no posesionar a la señora Campo que finalmente no aceptó para evitarse el sambenito.
En 1982, monseñor José de Jesús Pimiento quiso repetir la faena, en este caso vetando a doña Beatriz Londoño de Castaño que había sido nombrada por Belisario Betancur como gobernadora de Caldas. Otra vez, a la iglesia le pareció inmoral y pecaminoso que una mujer divorciada y casada por lo civil ocupara una gobernación. Belisario resultó más liberal que López 7 años antes, pues no solo mantuvo a la gobernadora, sino que aprovechó para recordarle a la Iglesia la muy liberal tesis de la separación entre los asuntos de su Dios y los del Estado.
Lo de la Ministra ahora, en pleno siglo XXI, no es entonces nada nuevo. La Iglesia, por lo menos la colombiana, sigue odiando las mujeres empoderadas. Les teme y por eso las maltrata. La tal cartilla o la orientación sexual de la Ministra, son solo excusas para ahondar el odio y exacerbar el fanatismo de huestes siempre dispuestas a quemar todo lo que no entienden o no quieren entender.
Lo aterrador es que esa iglesia fanática es todavía la responsable de un gran porcentaje de la educación de los niños colombianos. Y es la que los convierte en esos adultos vociferantes que vimos en esas manifestaciones aterradoras advirtiendo en pancartas que prefieren un hijo muerto que gay.
@Quinternatte
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