En estos momentos de incertidumbre y cortoplacismo, estamos ignorando la mayor transformación fundamental del siglo veintiuno en nuestro país, una transformación que avanza de manera gradual pero constante. En el año 2006, Colombia alcanzó casi 21 millones de personas menores de los 25 años, cifra que se ha reducido cada año desde entonces. La ONU estima que en veinte años llegaremos a los 30.46 millones de colombianos entre los 25 y 64 años, y que a partir de entonces esa cifra irá disminuyendo. La población colombiana está envejeciendo y lo seguirá haciendo a lo largo del siglo.
El envejecimiento implica ciertas ventajas. El crecimiento desordenado de nuestras ciudades será cada vez menor. El mayor reto de los gobernantes ya no será integrar a las multitudes recién llegadas, sino mejorar las condiciones de los habitantes establecidos. La delincuencia tenderá a reducirse drásticamente, pues en todo el mundo y en todas las épocas, los adolescentes y adultos jóvenes han cometido la mayoría de los crímenes violentos. Una proporción cada vez mayor de los ciudadanos votará informada por la experiencia histórica. Podemos especular que los populismos irresponsables tendrán menos oportunidades de llegar al poder. Probablemente será un país más tranquilo, con un horizonte más predecible.
Sin embargo, el envejecimiento también supondrá grandes retos. La tasa de dependencia de un país se refiere a la cantidad de menores de edad y adultos mayores que dependen del trabajo de cada persona entre los 15 y 64 años. En 1964, cuando los niños representaban gran parte de nuestra población, esa tasa era de más del 100% - es decir, por cada colombiano de edad trabajadora, había un niño o adulto mayor que dependía de su trabajo-. Hasta el 2021, esa tasa se había venido reduciendo hasta el 43.5%, de manera que hoy hay más de dos personas en edad laboral para cada persona en edad dependiente. Una proporción cada vez mayor de los colombianos era económicamente productiva, sobre todo considerando el crecimiento de la participación laboral de las mujeres desde los años 1960.
Esta tendencia comenzará a revertirse, ya que la población jubilada crecerá más rápido que la trabajadora. Se estima que para el año 2100, nuestra tasa de dependencia se incrementará al 88.9%. Será cada vez más difícil para la población trabajadora suplir las necesidades de sus mayores, ya sea directamente o mediante la intervención estatal financiada por sus impuestos.
Desde ahora podemos implementar medidas para que la transición sea más gradual y controlada. Si hacemos de Colombia un país más atractivo para vivir, serán menos los jóvenes que emigren para nunca regresar. Si dejamos de socavar la vocación familiar de los colombianos, si dejamos de ofrecer clemencia al violento y al vándalo a expensas de los niños y de la tranquilidad de sus padres, quizás más colombianos decidirán tener hijos en nuestro país.
Sin embargo, el envejecimiento es una tendencia prácticamente global e irreversible y la pregunta central es si queremos envejecer como Cuba o como España. Hoy más que nunca necesitamos incrementar la productividad laboral, ya que de lo contrario será imposible mantener las condiciones de vida de nuestros mayores. Hoy más que nunca debemos garantizar la estabilidad y sostenibilidad de nuestros sistemas de salud y pensiones, cuya importancia solamente crecerá. Urge protegernos de los intentos de este gobierno, cada vez más evidentes, de sacrificar estos objetivos al altar de la corrupción y el clientelismo. Colombia ya está cambiando fundamentalmente. Depende de nosotros que el futuro traiga serenidad y no miseria.
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