Más allá de los accidentes peculiares de su propia trayectoria histórica, de las diferencias de acento y las disparidades en sus condiciones materiales de vida, los pueblos iberoamericanos comparten un patrimonio común que constituye su seña más clara de identidad. Aunque este patrimonio común no conduzca por generación espontánea a la integración, y ni siquiera a la convergencia o a la absoluta sintonía, ejerce una innegable fuerza gravitacional sobre sus destinos, y ofrece un sólido puntal para construir, colectivamente, una estrategia de inserción y proyección a escala global.
Durante el martes y miércoles próximos, el Instituto de Ciencia Política “Hernán Echavarría Olózaga” y la Universidad del Rosario serán los anfitriones de la VI Conferencia de la Red Iberoamericana de Estudios Internacionales, que agrupa más de 40 universidades, centros de pensamiento y de investigación de toda Iberoamérica.
“Iberoamérica: Laberintos y Alternativas”, es el nombre dado a esta versión de la conferencia. ¿Laberintos? Sí: como el conflicto armado colombiano; la arremetida del chovinismo y las formas más perversas del nacionalismo; la fragmentación social y la anomia colectiva; la corrupción, el populismo y la pérdida de legitimidad de las instituciones políticas; el del cambio de ciclo económico y el fin de la bonanza; el de los cambios de poder y la irrupción de nuevos desafíos que demandan nuevas reglas de juego para gestionar los asuntos internacionales. ¿Alternativas? También: la de asumir los riesgos de la paz por encima de las certidumbres de la guerra; la de reivindicar los valores de la civilización transatlántica -plural y diversa-; la de renovar la apuesta por la democracia, la libertad y el Estado de derecho; la de transformar definitivamente las economías para impulsar la innovación, el emprendimiento y la generación de riqueza; la de participar más activa y responsablemente en la gobernanza global del siglo XXI.
Ya lo dijo el escritor mexicano Carlos Fuentes: “el continente americano ha vivido entre el sueño y la realidad, ha vivido el divorcio entre la buena sociedad que deseamos y la sociedad imperfecta en la que realmente vivimos. Hemos persistido en la esperanza utópica porque fuimos fundados por la utopía, porque la memoria de la sociedad feliz está en el origen mismo de América, y también al final del camino, como meta y realización de nuestras esperanzas". Como si hubiera dicho “entre laberintos y alternativas”, entre el “espejo enterrado” y la necesidad de desenterrarlo para reconocer, en el reflejo de lo que ha sido, la promesa de lo que puede llegar a ser Iberoamérica en el mundo.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales
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