La Gran Colombia

Se conmemoran doscientos años de la Constitución de Cúcuta, del 6 de octubre de 1821, con la consagración político-constitucional de la Gran Colombia, defendida por el Libertador Simón Bolívar con su espada y el compromiso solemne de libertar el virreinato de la Nueva Granada, la Capitanía de Venezuela y la presidencia de Quito, según lo dispuesto en el Congreso de Angostura, donde se exalta el nombre de “Colombia”. Bolívar la bautizó así en honor del almirante Cristóbal Colon, cuyo apellido, según el precursor Francisco de Miranda, debería llevar ese nombre para denominar a toda la América Hispana.

En esas tres regiones del Imperio Español en plena guerra de liberación, porciones gigantescas del territorio estaban en poder de los realistas. La audacia militar y estratégica de Bolívar, así como su capacidad de caudillo consiguen mantener la guerra con tropas desarrapadas, compuestas por indómitos llaneros y unos cuantos soldados formados a toda marcha entre los nativos y criollos, bajo un patrón fundamental que dispuso otorgarle la libertad a los esclavos que se sumaran al bando independentistas.

 Sin embargo, como lo reconoce el general Pablo Morillo, en carta al rey Fernando VII, ese tropel de llaneros de un valor sombrío y capacidad de jugarse la vida a caballo a diario, se habían convertido en veteranos guerreros, que rivalizaban en temeridad con los mejores de Europa. El Libertador, con hombres que seguían su voluntad hasta el abismo, fundaba la posibilidad de ganar la guerra... Morillo, quien había perdido por el invierno y crueles enfermedades más hombres que en combate, siendo un valiente y agudo estratega, tenía por experiencia bélica la convicción manifestada en sus informes oficiales, que, sin importantes refuerzos europeos en hombres y armas, sería imposible conservar el Imperio Español en América.

El Libertador, regocijado por las noticias de España, donde veteranos soldados se negaban a luchar por el predominio peninsular en América, mientras la Legión Británica, se batía con denuedo en sangrientos combates, comenzaba a ver como su sueño de libertar Hispanoamérica tendía a realizarse en medio de la más dura adversidad. Así tuviese que acometer la empresa a la inversa de lo prometido, primero liberar la Nueva Granada y después a Venezuela. Esa dureza de la guerra determinaba que los muertos y desertores en ambos bandos fuesen muy numerosos. Por lo mismo, el Libertador, inspirado en Montesquieu, se esfuerza en elaborar un proyecto constitucional que permita forjar un Estado fortalecido que consagre el orden y la libertad. 

El gran hombre pronto comprendería que era más fácil librar la guerra que entenderse con los litigantes y políticos, que habían surgido en las zonas liberadas por sus tropas y tendían a lucrarse con la política. En su mayoría sin la madurez para las grandes empresas, siendo una minoría respetable la de los hombres públicos impolutos. Es de anotar que la condición esencial que dispuso el Libertador a los legisladores de Cúcuta, fue que en honor y reconocimiento de sus servicios militares se liberara a los esclavos. Lo que algunos propietarios de esos infelices aceptaron a regañadientes, en tanto los civiles empotrados en su afán de manejar las leyes, se esforzaban por desplazar a los militares y contener a Bolívar, bajo la tutela del Congreso.

Esa lucha por el poder entre los políticos en ascenso y los militares en campaña por liberar el sur y en especial al Virreinato del Perú, cuando el Libertador retorna a Bogotá para evitar la desintegración de la Gran Colombia, se torna en el desespero de los conspiradores por eliminarlo. En Venezuela, el general Páez, capitanea a los militares y políticos, afanados por desgarrar la Gran Colombia, al que el Libertador con su personalidad audaz, diplomacia y tropas somete de momento. En Cundinamarca, Santander, fuera de la nómina oficial, dirige a los lanudos y los políticos del Congreso, contra los afanes del Libertador por fortalecer el Estado en tiempos de anarquía y consagrar el orden. Las tropas y el pueblo siguen leales a Bolívar y Sucre, hasta que el uno enferma y el otro, que había salvado en Tarqui militarmente a Colombia de la invasión peruana. es asesinado.

Con la Carta de Cúcuta, en vez del Estado fortalecido que soñó el Libertador, se impuso el Estado débil y el parroquialismo, fácil presa de demagogos y turbas audaces, incapaz de mantener el orden y la unidad de la Gran Colombia creada por el Libertador.