Nuestro Diccionario de la Real Academia de la Lengua, define la palabra "desconfianza" como la falta de confianza, el tener poca seguridad o esperanza en una persona o cosa y precisa que el vocablo "confianza", por el contrario, es la certeza firme que se tiene al respecto , indicando que el verbo "confiar" es una manera de depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la buena opinión en que se le tiene, la hacienda o la suerte de cualquier asunto de interés.
Escrito lo anterior podemos afirmar que son muy contadas las ocasiones en la historia política en donde se haya contemplado un triste espectáculo como el que han venido brindando los dos protagonistas de la cerrera presidencial de los Estados Unidos, el magnate inmobiliario Donald Trump y la exsecretaria de Estado, Hillary Clinton. Desde que ambos se postularon lo hicieron con grandes índices de impopularidad y con serios cuestionamientos de sus potenciales electores.
Los tres debates televisivos en que han tomado parte para lo único que han servido es para para profundizar en sus imposturas y para enfatizar los serios cuestionamientos morales de sus críticos. Ambos han sido encontrados deficitarios por su inmensa audiencia, si bien es preciso decirlo que en mucho mayor grado el señor Trump. En un mundo contemporáneo, en donde las nuevas tecnologías y las redes sociales son globales y omnipresentes, y en donde es prácticamente imposible escaparse del escrutinio público instantáneo, no deja ser preocupante el alto grado de inconformismo de todo un país por las campañas políticas de quienes quieren pretenden llegar a gobernarlos.
Desde luego antecedentes los ha habido. La personalidad mafiosa de un Richard Nixon produjo la crisis de Watergate, Las actitudes atrabiliarias de un Ted Roosevelt son de ingrata recordación, así como las imposturas de un Lyndon B. Johnson. Pero han sido la excepción y no la regla en la vida de los inquilinos de la Casa Blanca. El liderazgo moral de los mandatarios ha sido condición fundamental para su liderazgo político. Un cuestionamiento tan crudo hacia quienes deben ser modelos de conducta para la sociedad sólo conduce a reducir y devaluar la tabla de principios que debe guiar a las democracias modernas.
El comportamiento y las opiniones francamente amorales del señor Trump muy seguramente darán para profundos estudios sicológicos sobre el poder en años venideros, pero lo cierto es que su aparición en la escena política está causando tremendo daño a las instituciones americanas. Amenazar a su contrincante con meterla a la cárcel, burlarse cínicamente sobre sus conquistas amorosas y no estar dispuesto a reconocer el resultado electoral si le es adverso, son apenas unas muestras de su poca estatura como estadista. La señora Clinton no sale mejor librada. Sus modales, sus "descuidos" para manejar sus correos electrónicos de seguridad nacional y sus evidentes fallas en el cumplimiento de delicadas misiones, tampoco trabajan a su favor. Como tampoco su contribución a la demencial polarización de esta contienda.
Adenda
Lo triste del cuento es que similares situaciones se viven en España. Argentina, Brasil y en la propia Colombia. Los epilépticos desarrollos del llamado posconflicto colombiano nos lo están poniendo de presente cada día.
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