HILANDO FINO
Hambre y desperdicio

En un  mundo amenazado por el hambre es abominable que se desperdicie más del 53 por ciento de la comida que se produce. Gran parte de ese desperdicio se da porque muchos alimentos, al cosecharse, resultan imperfectos, de apariencia “fea”, por lo cual son inaceptables para los supermercados y tiendas, pues los consumidores no los compran. 

Otras razones que contribuyen al desperdicio de alimentos son el mal almacenamiento y prácticas inadecuadas de producción o recolección. Problemas que no solo aumentan el despilfarro de comestibles, sino también el de insumos, como el agua, indispensables en su producción.

Anualmente se desaprovecha más de la mitad de las cosechas del mundo.  20 por ciento en el momento de cosechar, pues muchas de ellas  se quedan en los campos por tener pequeñas imperfecciones, como no tener el tamaño, la forma o el color deseado. 3% durante su almacenamiento, por falta de refrigeración o ventilación adecuadas. 2% durante su empaquetamiento, enlatado o procesamiento. 9% durante la selección y descarte en los puntos de venta y, lo peor, el 19%  se vota en los hogares, porque no se llegó a  consumir.

De acuerdo a la ONU, anualmente el mundo desperdicia 1.300 millones de toneladas de alimentos. Esto es algo realmente atroz, cuando 800 millones de personas sufren de desnutrición, inclusive muchos mueren de hambre.

Un aterrador ejemplo de desperdicio es la pesca de arrastre; la que se hace con redes de profundidad que raspan el fondo del mar y arrastran todo lo que encuentran en el camino. Este tipo de pesca acaba con el hábitat de peces y moluscos y, como consecuencia, causa la desaparición de muchísimas especies. Además, el  despilfarro es inmenso, pues solo un porcentaje de lo captado en las redes se utiliza. Todo lo demás, animales muy pequeños o poco deseados, se devuelve al mar ya muerto.

Solía ser que desperdiciar se miraba mal, hasta “era pecado”. Desde niños aprendíamos a servirnos solo lo que íbamos a comer. Dejar sobras no era aceptable. ¿Quién no recuerda cuando la mamá insistía en que uno se comiera hasta el último bocado, porque era un privilegio tener comida cuando tantos morían de hambre?

Hoy, a pocos les importa malgastar la comida. Las porciones son cada vez más grandes y naturalmente mayor el desperdicio. La mesura se echó por la borda y aquel regaño de: “muchachito ¿qué fue?, le pudo más el ojo que la barriga” se pasó de moda.

Controlar el desperdicio de alimentos es cada vez más urgente; de ello dependerá nuestra supervivencia. Cada libra de alimento desperdiciado conlleva un enorme despilfarro de agua, fertilizantes, herbicidas y tecnología, todo lo cual eleva el costo y aumenta la pérdida para la humanidad.

Hogares, gobiernos y  organismos internacionales, deben dar urgente prioridad a este problema. Con el crecimiento de la raza humana, que se espera en las próximas décadas, cada libra de alimento, cada gota de agua será indispensable. De manera que, o aprendemos a fiscalizar nuestro desperdicio o las posibilidades de nuestra sobrevivencia serán nulas.

Coda: Ya que tanto habla Santos de “ética”, que nos diga la cifra de dinero y otros estipendios pagados a Bill Clinton y otras personalidades internacionales por sus discursos a favor de SI en Colombia.