La historia, no de los hechos sino de las sensibilidades, permite comprobar que, a través del lenguaje y de la imagen en el conjunto de los medios de comunicación, se va creando el clima de opinión dominante, llegándose a pensar que toda la realidad es así: “se ha hecho viral”, como si fuera sinónimo de “se ha hecho verdad”.
Lo cierto es que lo mediático no es más que un instrumento de conocimiento y comunicación que sirve para difundir un gran acierto o una simple estupidez. Y ese poderoso instrumento se utiliza hoy para difundir una “sustancia” cambiante, que, respecto a los valores humanos, puede describirse como una ortodoxia relativista y laica.
Ortodoxia quiere decir simplemente “pensamiento que se autopresenta como lo correcto”. Y es ahí donde se entronca con lo políticamente (o socialmente) correcto. Laica porque se suprime, mediante la indiferencia o el silencio, cualquier referencia a Dios, como persona divina con quien se puede dialogar. Ese silencio sobre Dios se impone como pensamiento correcto (ortodoxia). Se atribuye a Chesterton la frase de que, cuando se deja de creer en Dios, se puede creer en cualquier cosa. Por esto hay unos cuantos dogmas laicos, que como todas las devociones tienen sus beatos y beatas, fundamentalistas de lo aparentemente alternativo. Pero, además, se da la paradoja de que esos dogmas se presentan a menudo como “progresistas”.
De ellos el más amplio tiene que ver con el ecologismo, que no la ecología como ciencia, aunque bebe de ella. Es verdad que siglos de actuaciones humanas, especialmente desde la industrialización, han roto el equilibrio natural sostenible y que, si no se adoptan drásticos remedios, el futuro es oscuro. Pero el ecologismo radical idolatra la naturaleza, hasta el punto de que ya se han otorgado “derechos” a los ríos, retrocediendo así a la visión pagana del mundo existente, en los pueblos distintos a Israel, antes de Cristo. Y relacionado con el ecologismo radical está el animalismo. Por mucho que se ame a los animales no se les pueden reconocer “derechos”, sencillamente porque no son racionalmente libres. Otro asunto es que los seres humanos tengamos el deber de cuidar y tratar a los animales con respeto.
Ahora bien, cuando se pasa al ser humano, se advierte la presencia de “dogmas relativos”, es decir, de creencias que se cambian según las circunstancias o los intereses en juego. Por ejemplo, se clama, con toda razón, contra la frecuencia de abusos sexuales sobre mujeres y niños. Pero se admite la extensión de lo pornográfico incluso asignándole el IVA, sin advertir que, por su facilidad de acceso, es probable que sea la preparación o inducción para dichos abusos.
En fin, la ortodoxia laica y relativista existe en muchas personas y está presente en no pocos medios. Pero aún se reconoce el valor insustituible de la libertad individual para no acoger los dogmas laicos, señalando su pobreza tanto conceptual como moral. En estos días navideños conviene reflexionar en ello.
Feliz Navidad y Próspero 2020
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