La revolución de hoy

En el mundo de hoy asoma un cambio profundo que se manifiesta en la obsolescencia creciente de los conceptos e instituciones que emergieron con posterioridad a la segunda guerra mundial.

Todo indica que vivimos el declive del multilateralismo y de la concepción política que le dio vida. La globalización dio lugar a una filosofía elitista, que se traduce en una ideología dogmática, intolerante y sacralizada por sus seguidores, con la que los organismos internacionales asumieron la gestión y difusión de las nuevas verdades.

Sus resultados son lastimosos: concentraron la prosperidad en cabeza de unos pocos; fracasaron en el mantenimiento de la paz; concibieron un orden jurídico planetario que sus propios autores violan impunemente; y construyeron una justicia con jurisdicción global de aplicación selectiva. Sus élites se desconectaron de la realidad que los llevó a vivir entre ellos, a cooptarse entre ellos, a enriquecerse entre ellos y a establecer una visión del progreso para beneficio de ellos mismos. Construyeron un pensamiento único, una ideología omnipotente, erigieron como religión la de despreciar las religiones e impusieron la dictadura del pensamiento correcto.

En ello convergieron los profetas de ese nuevo mundo y los agoreros fracasados de la utopía de la sociedad sin clases, que concentraron las decisiones en cabeza de expertos, de dirigencias intelectuales, técnicas y políticas, cuyas decisiones son a su vez interpretadas por magistrados de idénticas características. El tecnicismo y la experticia convirtieron en espejismo a la democracia representativa. En ese mundo el pueblo no es escuchado sino convertido a las nuevas verdades.

Ese universo se está desmoronando. Lo que era herejía se halla en trance de convertirse en realidad. Los organismos internacionales han perdido su capacidad de imponer la verdad y lo correcto. La política ha recobrado sus fueros y desplaza la dictadura de los expertos. La voluntad popular se empodera y reclama su papel fundante de las estructuras sociales y políticas de las sociedades y naciones. Se percibe una voluntad de rescatar valores propios de la vida de las civilizaciones para que orienten la transición a la construcción de sociedades empoderadas por la voluntad popular y libre de imposiciones de élites que se apropien  de su destino.

Resulta sintomático del descalabro del sistema elitista que sea la clase media la que se rebele ante la cargas fiscales que se le imponen para, a la vez, financiar a la élite y subvencionar a los olvidados por el sistema. Hay en marcha todo un movimiento de restauración democrática en el que la participación del ciudadano sustituye el poder excluyente del especialista. Es una nueva era marcada por la expresión de la soberanía popular en un mundo interconectado en tiempo real.  Es la revolución de hoy.