recientemente en República Dominicana confirma que América Latina, junto con España y Portugal, es variopinta y diversa. Ciertamente, la historia tiene varios lugares comunes pero la dinámica propia de cada país ha generado realidades locales específicas. Por ende, el reto de cualquier Cumbre de esta índole es seguir reviviendo o rescatando aquella identidad común que se suscitó durante los tres siglos que fuimos parte de los imperios Español y Portugués, por lo cual ese “otro” que habita en el vecindario, siempre podrá aportar mucho.
Vale la pena recordar la afirmación del Papa Francisco unos meses atrás: “Latinoamérica todavía está en ese camino lento, de lucha, del sueño de San Martín y Bolívar por la unidad de la región (…) El sueño de San Martín y Bolívar es una profecía, ese encuentro de todo el pueblo latinoamericano, más allá de la ideología, con la soberanía. Esto es lo que hay que trabajar para lograr la unidad latinoamericana. Donde cada pueblo se sienta a sí mismo con su identidad y, a la vez, necesitado de la identidad del otro. No es fácil”.
De todas maneras, con el aplomo necesario, en la Cumbre se lograron tres acuerdos: la Carta de Derechos Digitales, la Estrategia de Seguridad Alimentaria y la Carta Medioambiental. En estos ejes, los gobiernos de izquierda (extrema y moderada), de derecha y los más pragmáticos, lograron puntos de encuentro apuntando a sellar acuerdos de trabajo en asuntos de común preocupación.
La Carta Iberoamericana de Derechos Digitales reconoce la libertad individual y la necesidad de protección de la privacidad. Llama la atención que el primer punto de la Carta Iberoamericana de Principios y Derechos en los Entornos Digitales habla de la “centralidad de la persona” un legado de nuestra cultura católica. Punto para celebrar considerando que se trata de un reconocimiento de la necesaria construcción de un mundo digital realmente libre y democrático.
Este acuerdo tiene que ver además con una protección entre los países sobre lo que puede significar la guerra en el futuro: enfrentamientos cibernéticos, piratería digital y violación a la privacidad respecto a temas sensibles de seguridad nacional. El acuerdo busca ser también un escudo protector ante la posibilidad de que la guerra por el poder se libre más en la nube que en el territorio.
De otra parte, según datos de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 40% de los latinoamericanos viven con inseguridad alimentaria moderada o grave. Por esto el tema de la alimentación representa otra verdadera amenaza, por lo que el acuerdo entre los presidentes evidencia el reconocimiento de que la brecha social en el continente americano continúa siendo una materia que urge resolver.
Respecto al tema del cuidado del medio ambiente, el discurso del presidente Petro llamando a la unidad alrededor de la potencialidad de ser grandes productores y proveedores de energías limpias fue escuchado con atención. Pero su innecesaria alusión a la “injusta ausencia” del expresidente Castillo le restó fuerza política al llamado. De todos modos, los presidentes se comprometieron a impulsar una transformación fortaleciendo la financiación climática, con el objetivo de asegurar la coherencia de los flujos financieros con un desarrollo sostenible bajo en emisiones y resiliente al cambio climático.
Sin embargo, el lado positivo de lo logrado quedó ensombrecido por la poca atención que recibieron el narcotráfico y la corrupción, dos cánceres que con tendencia metastásica han invadido la institucionalidad de varios países de la región cual palo atravesado en la rueda del progreso. Solo se propuso como tema en la próxima Cumbre de noviembre de 2024 en Quito, el “combate al crimen transnacional”.
De todas maneras, si hiciéramos una comparación con lo que ocurría 40 años atrás, hay que reconocer que Iberoamérica está menos desunida.
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