Los debates entre candidatos presidenciales constituyen un avance en las campañas, si los comparamos con los violentos choques que abundaban hasta hace poco, y convertían las competencias electorales en verdaderas batallas campales.
El escenario con los candidatos reunidos en un mismo sitio, los saludos previos, la confrontación de las respuestas, todo ello le dice al país que elegir presidente es una tarea pacífica, que las democracias cumplen sin la violencia característica de otros tiempos, que los mayores no olvidan y los jóvenes no conocieron.
Además reivindican el papel de los medios de comunicación, la televisión especialmente, como informadores de la opinión pública. La ilustran para que sea, en verdad, opinión y pública.
Desde el famoso debate entre John F. Kennedy y Richard Nixon, estas confrontaciones se convirtieron en elemento obligado de toda competencia presidencial. Y entre nosotros el que pudiera considerarse el primer debate entre Álvaro Gómez y Luis Carlos Galán, le demostró al país que sí es posible discrepar en paz y controvertir en público tranquilamente.
Por todo lo que está en juego hoy en la democracia colombiana, los debates pueden convertirse en la herramienta decisiva para el elector.
En primer término, el tiempo total debe ajustarse de acuerdo con la cantidad de candidatos que participen. De lo contrario, los minutos para cada uno se reducen, obligan a unas exposiciones tan cortas que resultan forzosamente superficiales o llenas de generalidades y eliminan las contra preguntas sucesivas, que son esenciales para que haya debate con enfrentamiento de ideas y no simples minidiscursos paralelos.
La polarización actual aumentó el interés en estas confrontaciones. Hay un afán creciente por conocer al candidato en su integridad, no solo que dice ahora sino quién es. Los electores quieren conocer su trayectoria. Y aunque en televisión un primer plano nunca miente, desean saber qué clase de personalidad tienen al frente, pidiéndoles el voto. Y para ello nada mejor que mostrar sus opiniones anteriores sobre el tema que va a tratarse. ¿Qué ha dicho y hecho sobre ese tema específico? ¿Es consistente en sus ideas? ¿Coherente? ¿Las cambia para acomodarse al momento o al auditorio? ¿Cumple lo que promete? La televisión está perfectamente capacitada para cumplir esa tarea. Le basta mirar sus archivos. Y así el candidato tendrá la oportunidad de confrontarse a sí mismo.
Al papel de los moderadores puede agregarse alguna forma de participación del ciudadano común y corriente, espontánea y actualizada, preferiblemente en tiempo real, algo que saque el debate a la calle y le haga sentir al ciudadano común y corriente que sus inquietudes también pueden entrar en discusión.
Esta participación puede reforzarse con un espacio previo, abierto a la gente, para sugerir temas y preguntas a los moderadores. Así, al desempeñar su papel, tendrán una oportunidad inmediata de conocer los sentimientos populares. Igualmente pueden establecerse compartimientos separados, donde especialistas depositen opiniones ilustrativas y sugieran planteamientos.
Sería una forma de aumentar el sentido de participación y mostrar una democracia en acción.
Además de los debates organizados por cada medio televisivo podría pensarse en un gran debate con la participación de todos, que cope todas las pantallas del país. Con una cobertura del ciento por ciento de la audiencia, como si se tratara de una final disputada por la Selección Colombia, en un campeonato mundial de fútbol.
- Inicie sesión o regístrese para enviar comentarios