La aprobación del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos no fue fácil. O, para decirlo con franqueza, fue bien difícil por parte y parte. Aquí y allá surgieron dificultades inesperadas y las previsibles resultaron peores de lo que se pensaba.
Pero al fin salió adelante, a pesar de la oposición de unos sindicatos norteamericanos y algunas zonas del sindicalismo colombiano, que comenzaron diciendo no, por sistema, y terminaron resignándose cuando se vio que la campaña en contra no levantaba vuelo, ni rendía los frutos políticos esperados.
La opinión nacional que el TLC era bueno para la economía y sin mayor análisis se alineó a favor. Con un entusiasmo que obligó a los antiamericanos de siempre a dar un giro de 180 grados. Dejaron de atacar el convenio por ser “un recurso del imperialismo” y se enfilaron contra quienes tardaban en aprobarlo. De la noche a la mañana les pareció tan benéfico que demorarlo se volvió una acción inamistosa.
Aprobado después de superar su mal momento, el TLC desapareció de los medios de comunicación y los expertos que llevó Colombia a la mesa de negociaciones se dieron por satisfechos ante el deber cumplido y también pasaron al olvido.
Ahora al hacer el balance de los primeros cinco años estos son episodios y nombres olvidados, mientras cada sector comenta como le fue en esta feria del olvido.
Es un balance agridulce porque el país no se preparó adecuadamente para las cláusulas favorables. Debía haberse iniciado una preparación para estar más que listos al momento de abrirse las puertas a su aplicación.
Faltó sentar al lado de los expertos una mesa de gente común y corriente pero con sentido común, para que le hiciera entender a las autoridades y a la opinión pública que la entrada en vigor del TLC no era un punto de llegada sino un punto de partida, para el cual se requería una preparación especial que se acomodara a las situaciones nuevas.
Los no expertos habrían preguntado, por ejemplo, donde debían aplicarse estímulos a la producción, de los permitidos, obviamente. O en dónde y en qué condiciones localizar plantas nuevas.
Habrían pedido comprometer al país en planes educativos con enseñanzas acordes a la nueva mentalidad, y la diplomacia tradicional entendería que se necesita un nuevo estilo ágil, dinámico e imaginativo.
Los no expertos comenzarían por preguntar cómo afecta el TLC al ciudadano corriente y cómo aprovechar una apertura de esta clase para que las puertas que se abren hacia el exterior no se conviertan en compuertas del exterior hacia adentro.
Sería muy útil una nueva estrategia que, al lado de las mesas de expertos, sienten una de no expertos, para que expresen sus opiniones sobre las consecuencias que tendrá lo que acuerden los expertos. Al fin y al cabo esos no expertos son más de 46 millones.
Así resultará sencillo entender que los beneficios del TLC con los Estados Unidos no dependen solo de la redacción de sus cláusulas, sino de la manera como utilicemos en la práctica lo que allí está escrito.
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