¿Cuándo se nos caldean los ánimos? Cuando estamos en pasión, es decir, cuando el ego campea a sus anchas sin que podamos dar cuenta de lo que nos pasa. El apasionamiento nos enceguece.
Nos ha pasado a todos, y por supuesto me incluyo. Y nos ocurre porque nos descolocamos, nos desplazamos del lugar que nos corresponde por naturaleza y derecho propio, nos sentimos amenazados y entramos en competencia. De eso justamente se tratan los combates: hay un oponente y lo que se busca es que se enganche, crear un conflicto y resolverlo con lucha. ¡Claro que he competido! Justamente por eso lo digo, porque en esas ocasiones de competencia he perdido el norte que verdaderamente nos humaniza: pasar del yo al nosotros, lo cual no se logra compitiendo, sino cooperando.
Nada de eso podemos verlo en la pasión, ese aspecto desordenado del ánimo que es tan ponderado y casi que glorificado, como si fuese Amor. ¡Craso error que nos enreda y nos impide la evolución! ¿Por qué? Porque la evolución es colectiva, no individual. Entonces, cada exaltación de un solo individuo o de un grupo de individuos sobre el resto -un nosotros parcial, no el todos nosotros- nos aleja de la unidad. Los ánimos caldeados, nuestros egos desbordados y nuestra consciencia enredada son embelecos que nos impiden ver la totalidad. Constituyen la trampa en la que caemos cuando furibundamente nos alineamos -y alienamos- con un equipo deportivo, un partido político, una iglesia o cualquier ideología, que nos fragmenta y nos pone a pelear a unos con otros. Es ahí donde somos marionetas del destino.
Claro que tenemos derecho a agruparnos, a disentir, a expresar lo que sentipensamos y a actuar en consecuencia. Y esto lo podemos hacer sin que los ánimos se caldeen, sin atizar fuegos de separación. Los dedos de la mano son distintos y con funciones diferentes, que no solo les permiten coexistir sino también cumplir con una función mayor. No tendría sentido que un pulgar apasionado en su ira peleara con un anular apasionado en su miedo o un meñique apasionado en su dolor. Así como la riqueza del mundo radica en las diversidades -humanas y ecosistémicas- la evolución se da cuando somos capaces de coordinar tales diversidades hacia un fin mayor: trascender juntos.
Sé que para muchas personas esto es una utopía o sencillamente una locura. Se ve así porque estamos tan acostumbrados a estar divididos que la totalidad parece una amenaza. No hay tal. Respiremos, calmemos nuestros ánimos, acotemos nuestros egos y ocupemos nuestros lugares correspondientes. No podemos solos: necesitamos la Luz mayor para avivar nuestras luces pequeñas e integrar nuestras sombras. Somos pequeños, mucho, y estamos llamados a crecer, todos. ¡Hagámoslo!
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