POSTCOLUMNA
Había una vez un país…

Hermoso, lleno de montañas, pero acorralado por una terrible pandemia y no obstante haber encontrado la vacuna, el Presidente y el Ministro de Salud, los más expuestos, fueron los últimos en ponérsela, para no contrariar a sus malquerientes. En medio del peor rebrote, la internacional comunista, poniendo en riesgo la salud de todos, pisoteando los derechos humanos fundamentales de los ciudadanos de bien, decidió lanzar a la calle a su gente para infiltrarse en medio de un paro nacional, bloqueando calles y carreteras, saqueando grandes cadenas y acabando con la infraestructura del transporte. La internacional quería apoderarse de ese país para “chulearlo” en la lista del Socialismo del Siglo XXI y sólo esperaba el “florero de Carrasquilla”, que el gobierno presentara al congreso un borrador de reforma tributaria para dar la largada al potro salvaje de la revolución.

Cuando el gobierno retiró el borrador, ya tenía más reversa un paracaídas. El obeso presidente de Fecode dijo que estaban aguantando hambre, la terrateniente minga indígena dijo que tenía más tierra un ojo sucio, los estudiantes aprendieron en clase de comunismo que Uribe era un “paraco” y que por ello el pueblo estaba verraco y empezaron a marchar, a sabiendas de que toda marcha lleva su cola de infiltrados (guerrilleros, narcotraficantes, maleantes del común, malandrines exportados de una “potencia” vecina) y todos a una empezaron a atacar a la policía para que ella se defendiera y en las refriegas cayeran manifestantes y así poner el grito en el cielo señalando el abuso de la autoridad contra muchachos “indefensos”, todo magnificado por los micrófonos y las cámaras de la gran prensa.

Y lo lograron. Desarmaron a las autoridades, saquearon y acabaron con el país, arropados en su propia bandera y escudados en el art. 37 de la Constitución, que metió dentro de los derechos fundamentales la facultad a toda parte del pueblo para reunirse y manifestarse pública y pacíficamente, y en todos los pactos internacionales, que ella misma se encargó de incorporar al derecho interno por vía del art. 93, cuando tocaran derechos humanos y llegaron a prohibir su limitación en los estados de excepción; y, para rematar, la Corte Constitucional se inventó el Bloque de Constitucionalidad.

Y la pobre ciudadanía imploraba que su mandatario invocara el art.  213 de la CP, por la grave perturbación del orden público y declarar el Estado de Conmoción Interior, pero el Presidente leyó el artículo que seguía, que prohibía suspender los derechos humanos y las libertades fundamentales en todo tiempo, no obstante haberse ya declarado, bajo el amparo del art.  215, el Estado de Emergencia por culpa de la pandemia que se llevó a medio país y prefirió, como diría el Mariscal Alzate, “morir con el alma prendida de un inciso”.

Post-it. Nueva y sensible víctima nos ha dejado este salvaje virus: Rodrigo Echeverri Hoyos, uno de mis hermanos, en Cartagena de Indias. Gran empresario, fue uno de los fundadores de Unificación Conservadora en el Risaralda, llegando a ser concejal de su capital. Formidable conversador y de un humor exquisito, fue un ser humano íntegro y excepcional. Dios lo guarde en su Eterna Morada.