Esta nota se lee en unos tres o cuatro minutos. Si en ese tiempo, alguien dejara abierto el grifo del lavamanos, se habrán ido por el sifón entre tres y cuatro litros de agua. Leer es vital, pero no tanto. El agua es vital, pero sí mucho. Nada nuevo. Y cuando escasee, ya nos pelearemos. Por ahí dijo un gurú que la Inteligencia Artificial (I.A.) terminará con la especie humana dentro de pocos años, hummm… A la I.A. por más lista que parezca, le falta malicia, nunca tendrá los artificios propios del homo sapiens. Quien está acabando con la especie humana es la T.N. (Torpeza Natural) de la misma especie humana. Nada nuevo.
Desde los años del moco o de la uña encarnada para no dar cifras inabarcables, los humanos han intentado dominar el agua para su beneficio. Bastaba hacer un cuenco con las manos para beberla, o tallar un trozo de madera, usar una concha, una hoja o un pellejo de animal. Desde esos momentos hasta –por ejemplo– los métodos de desalinización del agua marina o la reutilización de aguas grises, el humano ha sabido que el agua fue el principio y será el final. Tenochtitlan –cuentan las lenguas húmedas– fue una ciudad-isla estratégica, dotada de canales para la navegación, el riego y el consumo, lugar que Cortés se cargó en aras de la civilización. En la inmensidad el Imperio romano se crearon diques, presas, canales y acueductos, genialidades hoy muy fotografiadas por sedientos practicantes del turismo. En Estambul, bajo tierra, hay una cisterna (15€ la entrada), que con su capacidad de 80.000 m3 de aguas lluvias proveía a la capital bizantina. Y en China, para terminar con los ejemplos, en la provincia de Sichuan aún se utiliza una red de irrigación de más de dos mil años de existencia.
Se ha sabido utilizar, malgastar o contaminar. Así, con agua pa’ tanta gente, se siguen ahorcando ríos, malregando más de 4 mil millones de hectáreas de cultivos y se “frackea” la tierra mientras nos damos duchas placenteras. Agua dulce, carbonatada, agua para las matas, agua salada, la dura, la blanda, el agua destilada, la residual, la oxigenada; el agua bendita, el agua con gas, la fría, la del tiempo, la destilada, el agua sucia, ¡aguas van! Y las aguas se van. Sequías ha habido toda la vida, pero las habrá en nuevos territorios. En otros sobrará, haciendo estragos o escaseará con más frecuencia, hasta que la saliva alcance. Pero no todo son quejas; antes de que la I.A. o la T.N. acaben con todo, seguramente se crearán dispositivos y filtros adosados a la garganta o a la boca del estómago y purificaremos (bueno, quienes vengan luego) la poca agua que llueva, la que sobre de lavar los platos (¿habrá platos?); o se regenerará a partir de la orina, la respiración o el sudor como hacen en las naves espaciales. Al principio serán caros aquellos dispositivos, como los móviles o como las células fotovoltaicas, pero gracias a la democracia (¿habrá democracia?) todo el mundo llevará uno enchufado al esófago. Ojalá, tal vez. Ya sabemos, el ser humano no se vara, la caga, pero inventa, se reinventa y se resilienta, si cabe la conjugación.
Alguien dirá que no son tiempos de refranero popular, la filosofía de a pie; pero si de cambios drásticos se trata y se tratará, ¿qué será de las aguas mil de abril, y de las aguas que no has de beber? ¿Volverá a llover sobre mojado? Y eso de que a nadie se le niega un vaso de agua, hummm…
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