He ahí el dilema. Irnos. Desconectar. Descansar. De acuerdo con la situación geográfica, cientos de miles de personas por estas épocas están pensando en salir de vacaciones. Y otras estarán regresando. Y otras, pensando en las próximas. Las vacaciones, ese “descanso temporal de una actividad habitual” además de un derecho adquirido por la gente trabajadora, es para muchos, todo lo contrario: una oportunidad para conseguir trabajo temporal y combatir una cesación habitual. También están los que aun trabajando se la pasan vacacionando y quienes no trabajan ni lo necesitan.
Igualmente se pueden tomar vacaciones en casa, si no tenemos cómo, o le tenemos pánico a las aglomeraciones, a los aviones o a los turistas. Cuentan que los varones de la antigua Atenas ejercían su esparcimiento sin salir del lugar habitado; iban a los baños públicos, donde departían, hacían vida social, negocios off line y de paso aprovechaban para asearse. De manera que enroscarse en una sábana y andar campantes de la tina al bacón y del balcón a la bañera, no estaría nada mal.
¿Irnos? Sí, nos vamos, dejamos atrás lo acostumbrado. Cambiamos una casa por otra, o por una habitación de hotel, por un cubículo en un crucero, una tienda de campaña o por una caravana, en fin, ¡cuántas posibilidades! Cambiamos una cama por otra, una mesa por otra y hasta aspiramos a cambiarnos a nosotros mismos por otra persona. ¿Desconectar? Hay quienes no pueden, es que no pueden. El móvil, las redes, el ordenador, el reloj-todo-en-uno, no dan tregua, no dejan un resquicio a la pausa. (Están tardando en implantarnos todo esto en los parietales). Hasta algunos jefes, que no parecen desconectar nunca (pobres), pretenden que sus subordinados tampoco lo hagan, se encuentren tostándose hacinados en una playa, haciendo senderismo (rutas con señal, por favor) o intentando una barbacoa en la azotea.
¿Descansar? Bueno, bueno, sólo el hecho de hacer la maleta ya es cansancio. Ir al aeropuerto, otro tanto. Si vas vía terrestre, no faltan los atascos. Claro que se descansa, no hay que exagerar. Se patean ciudades, museos, iglesias, castillos, ruinas, calles, campos, caminos; se surcan ríos, mares, lagos. Se capturan imágenes de ciudades, museos, iglesias, castillos, ruinas, calles, campos, ríos, mares, lagos, además de los platos de los restaurantes, del restaurante, de los comensales en el restaurante (can you take a picture, please?). Claro que se descansa, cuando llegamos a esa nueva cama y por fin, reposamos.
Y si se vacaciona, ¿quedan vacantes? Seguro, es el temor del empleado que hace holganza el año entero en su puesto de trabajo y reza al dios Sol para conservarlo; sitio que estará a la espera de ese turista agotado que tardará en reponerse hasta diciembre. Y volviendo a Grecia, ¿quedan Bacantes? Tal vez, tal vez. Aquellas adoradoras de Baco o Dioniso, aquellas chicas desaforadas que se iban varios días (sin varones) a un monte solitario entregándose a la copa y a los alucinógenos en un desenfreno de rituales de sensualidad y vida primitiva. Otra suerte de vacaciones. Envidiable. Debería promoverse algo así, ahora que se ha especializado todo (hoteles sin niños, hoteles con perros, hoteles sin viejos, hoteles carnívoros, hoteles vegávoros, hoteles gluten free). Podrían abrirse hoteles de género. Las chicas por un lado y los chicos por otro. Y los neogéneros, pues por su lado también. Todes, como en las despedidas de solteres, de juerga y monserga, disipados, desvergonzados, licenciosos, en planes todo incluido, todo excluyente, hasta que el aburrimiento haga su trabajo y se alce el ruego general de un regreso pronto y efectivo a las labores diarias tan queridas. Un lunes.
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