El pueblo chileno dio muestra de su inteligencia política. En más de un año derrotó significativamente las delirantes pretensiones de la izquierda continental en la deconstrucción institucional que se quiso llevar a cabo con la elección de Boric a la presidencia y la aprobación de una nueva constitución que recogiera los desvaríos de una supuesta nueva sociedad. Resulta hoy ejemplo para las demás naciones que empezamos a sufrir los efectos del engañoso cambio que se nos ofrece.
El objetivo del progresismo continental consiste en la abolición de la arquitectura constitucional democrática que aún prevalece precariamente en los países hemisféricos. Para conseguirlo, elaboró conceptos destinados a la consecución de un régimen constitucional sin los balances, equilibrios y garantías propios de las democracias liberales. El pregonado por López Obrador, Petro y Castillo, con la insólita tesis de que el programa de gobierno del vencedor se torna obligatorio para todos los poderes instituidos, borra de un tajo su independencia y autonomía y la separación de poderes, insoslayable en cualquier régimen democrático.
El intento del presidente Petro de imponerlo se frustró por la férrea y razonada oposición de las Cortes y del Fiscal, a falta de la protesta de un Congreso con sus mayorías en camino al abyecto sometimiento. No sorprendería que la paz total se convierta en artimaña para acoger a todas las organizaciones narcotraficantes que hoy se articulan alrededor de la consecución de sus rentas y de sus delitos, que ejercen control territorial, político y social, con tolerancia del gobierno en amplias zonas del país y serán factores electorales.
Las constantes diatribas del presidente contra el actual régimen institucional, pletóricas de manifestaciones bélicas, de acusaciones extravagantes, pero ignominiosas contra los poderes instituidos, la prensa y la libertad de expresión, no deben menospreciarse, en tratándose de una persona que no oculta sus pensamientos ni sus metas. El presidente sabe de la adicción de los congresistas a privilegios y gabelas que el Min Interior prodigará con largueza para encontrar apoyos a sus reformas, sus acuerdos y a su incorporación a la Constitución mediante procedimientos menos burdos que los usados en el acuerdo con las Farc.
El presidente es astuto como también los es su cercano alter ego Iván Cepeda. Valerse de la sumisión digestiva del Congreso, de los temores del empresariado, del desinterés del escéptico y de la desarticulación de la oposición le dará tiempo para convocar y lograr un “Acuerdo Nacional” que ya parece elaborarse en las negociaciones con el Eln, que luego servirá de inspirado insumo a la nueva Constitución del régimen soñado. Petro sabe que juega contra el reloj. Su desaprobación crece al ritmo de sus improvisaciones e ineptitud de la mayoría de sus ministros.
El desenlace que tengan las reformas que cursan en el Congreso influirá en el resultado de las elecciones y las nuevas designaciones en el Poder Judicial en la posibilidad de la sustitución del régimen democrático. No es de poca monta la decisión que nos espera, aún más incierta por la desconfianza que ronda al sistema electoral. De ella dependerá nuestro futuro.
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