MAYO, GRAN MES
Acudiendo al amparo maternal

“Recurramos y celebremos a la Virgen María”

La alegría que dimana de la fe, que da sentido a la vida presente por la clara iluminación del futuro, cobra especial incremento cuando se siente la protección afable de una madre. Qué precioso el sentir del niño, del joven, del adulto, y aún del entrado en años, cuando siente la acogida de una buena madre que lo llevó con grande amor en sus entrañas, y lo acoge en todos los momentos de la vida con cariño, con alegría por del bien realizado y perdón generoso ante fallas de las que contrito pide perdón.

En el campo natural es precioso ese sentir que da tan gratos momentos, pero, de grado infinitamente superior es el gozo cuando con fe sencilla se acude a quien fue escogida para ser Madre de Dios, y, luego, entregada por su hijo Jesús como madre de los creyentes en Él, en la persona de su discípulo, puro y fiel, Juan hijo del Zebedeo (Jn. 19, 25-27). “Desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa”, constata, con gran gozo, él en su Evangelio, mostrándonos a los creyentes la actitud que hemos de tener hacia ese tesoro de infinita bondad y misericordia, como es la Virgen María.  Los más pobres entre los pobres son los que no tienen fe en Dios ni acuden a Él, y, doblemente pobres, quienes no acuden a ese canal de gracias y bondades que se llama María.

Avanzamos en este mes de mayo, que, por las especiales bellezas que surgen en la primavera, la piedad cristiana determinó dedicarlo a honrar a la Reina del cielo. Es época que espiritualmente no debemos dejar pasar sin que crezcamos en la verdadera riqueza como es el la del espíritu. En medio de los afanes por la subsistencia, por la salud, por la paz interior y por alegre caminar de la vida en la tierra, qué satisfacción nos da ponerlo todo ante la bien llamada “Auxilio de los Cristianos” y “Causa de nuestra Alegría”. La mayor angustia existencial es cuando se nubla el horizonte y se pierde el camino, y más el camino hacia la eternidad, pero toda angustia se desvanece cuando nos volvemos hacia la también llamada “Estrella de la Mar”.

Fue S. Bernardo de Claraval (1090-1153), gran devoto de María Santísima, quien compuso el precioso canto “Ave Maris Stella”, y quien escribió, en forma rítmica refiriéndose a los distintos momentos del vivir humano, alegres o tristes este estribillo: “¡Mira la estrella, invoca a María!”. La fe cristiana nos da la certeza del llamado con respuesta de felicidad sin fin hacia el más allá, y es, entonces, ese caminar iluminado el que, con indecible gozo y confianza, ponemos bajo la protección de la Madre Celeste, cuando le decimos filialmente: “ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte”.

“Fiesta de la madre” somos invitados a celebrar, y qué importante destacar esa misión maravillosa, que bien vivida engrandece a la mujer. Pero qué esplendor adquiere esa “fiesta” cuando en medio de ella colocamos a la convertida por el Altísimo en “Madre de Dios” (Lc. 1,35). No son sueños ni poéticas ilusiones las que pregonamos los creyentes, qué importante gozar de estas realidades, y son ellas las que conducen a acudir a ese amparo maternal. Se nubla el horizonte del personal vivir, del ambiente familiar, de los horizontes patrios en medio de las confusiones que generan ideas que invitan a buscar ilusorias ideologías contrarias a los planes divinos, pero el creyente cristiano sabe quién abre caminos de luz, y acude, sin ser defraudado, al amparo de María, que, en nuestro País, invocamos con orgullo y amor como Reina de Colombia”.

La reciente Exhortación “Alegraos y Regocijaos”, que pronto comentaré, la concluye el Papa Francisco con filial y confiada invocación a María Santísima, para que corone sus magistrales reflexiones. Nuevo testimonio que invita a acudir amorosamente a Ella.

*Obispo Emérito de Garzón

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