La inopinada convocatoria anticipada de las elecciones generales, inopinada e intempestiva dada la fecha, un 23 de julio, en plena canícula, suscitó la duda de si favorecería la abstención.
Por ser uno de los días más calurosos del año y en plena etapa de vacaciones con la circunstancia añadida de que en varias comunidades autonómicas -Galicia, Navarra y País Vasco- la jornada de Santiago Apóstol propiciaba el puente festivo, dicha observación parecía concluyente. Hasta el punto de qué más de uno se malició que el jefe de gobierno español, Pedro Sánchez, la había elegido teniendo en cuenta los posibles efectos colaterales disuasorios.
De manera, a mí entender simplista, parece que había quien pensaba que subiría mucho la abstención porque los ciudadanos de derechas van más vacaciones que los de izquierdas y, aunque se pude recurrir al voto por correo, los diversos trámites que hay que cumplimentar no dejan de ser un engorro. Concluían, pues, que se daría mucha abstención circunstancia que -no se sabe en razón de qué- iba a favorecer al PSOE (socialistas) y de ahí lo avieso de la elección de la fecha. Semejante línea de razonamiento conducía a la conclusión que estábamos ante el último maquiavelismo de Sánchez.
No es verdad. Al no ir a votar y en consecuencia no introducir ningún voto en la urna, éste no suma y no afecta a los resultados. Solo incide en el índice de participación. A diferencia del voto en blanco o el nulo que teniendo en cuenta la guillotina de la Ley d'Hondt sí incide en el reparto de porcentajes.
Pero volviendo a la abstención es muy difícil establecer el significado político de tal decisión porque para averiguarlo habría que ir preguntando a cada uno de los que decidieron no votar a qué partido habrían votado. Las conjeturas que se han hecho sobre determinados colectivos de la tercera edad a quienes afectaría más la canícula, sociológicamente, no pasan de ser especulaciones porque
España es un país plural y hay tantos ancianos de derechas como de izquierdas. En consecuencia, no pasa de ser una especulación que al elegir el 23 de julio para anticipar las elecciones Sánchez tuvo en cuenta que las urnas abrirían en plena canícula con colegios electorales en ciudades y pueblos soportando temperaturas por encima de los 40 grados.
La verdad es que más que a Maquiavelo habría que apuntárselo a Fobos, el dios griego del pánico. El que se apoderó de Pedro Sánchez la noche el 28 de mayo al descubrir que había perdido el plebiscito con el que había planteado las elecciones municipales y autonómicas.
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