Creo que es preciso hacer que las cosas sucedan, darles un impulso y sostenerlas. Para que ello se requiere fuerza. El quid del asunto está en identificar cuál es la adecuada.
El deseo puede ser tanto peligroso como benévolo. Cuando está alineado con nuestros egos, tarde o temprano surgen los conflictos: imposiciones, malentendidos, frustraciones, rupturas, segmentaciones… La fuerza desde el ego arrasa, atropella y divide, pero podemos estar tan acostumbrados a ella que la normalizamos y validamos. Por ello seguimos hablando en nuestras relaciones interpersonales en términos bélicos, como si la otra persona fuese un objetivo militar: voy a conquistarte, eres mía, eres mío… Todo ello lo hemos romantizado y podemos llegar a creer que no amamos ni somos amados si no hay de por medio algo de lucha.
Los deportes han heredado de la guerra el lenguaje de confrontación y no nos extraña hablar de ataques y defensas, penas máximas y expulsiones, posturas medievales que se depuraron en el siglo XIX y que continuamos perpetuando en el XXI. Todo esto, tan popular y masivo, se nos cuela en nuestras mentes, con lo cual configuramos nuestras realidades desde esa fuerza del ego que nos divide en ganadores y perdedores, en vencedores y vencidos.
Por supuesto, desde esa lógica queremos ganar, a toda costa, y ese deseo se manifiesta en querer forzar todo para que cumplamos nuestros objetivos, porque, al fin y al cabo, por donde metemos la cabeza, la sacamos. No importa si nos hacemos daño o hacemos daño a los demás.
Hay otra fuerza, una que nos conecta con la totalidad, que nos permite estar en completitud, que nos conduce a la armonía, que nos permite evolucionar. Podemos tener acceso a tal fuerza, pero requerimos hacer cambios sustanciales en nuestras vidas, para podernos sintonizar plenamente con ella. Esta fuerza precisa que salgamos de nuestras zonas cómodas, de lo conocido y normalizado, que elijamos otras dinámicas diferentes a las que usualmente estamos acostumbrados en nuestras limitadas realidades.
Esa fuerza es el Amor, no visto desde una perspectiva romántica que lo reduce a emociones y sentimientos, los cuales estamos llamados a integrar y trascender, sino desde una visión mucho más amplia que lo reconoce como aquello que configura todo lo que existe, la esencia misma de toda la Creación.
Desde la fuerza del ego, tarde o temprano las cosas se estancan. Cuando hacemos las cosas a la brava, sin atender las señales de que por ahí no es, estamos cayendo en la trampa del ego: nos enfermamos, perdemos energía, caemos. Desde la fuerza del Amor las cosas fluyen, tenemos más recursos para aprender de las dificultades y ganamos todos. Reconocemos nuestra conexión esencial. ¿Desde cuál fuerza elijes proyectarte hoy?
enyoi.com.co
- Inicie sesión o regístrese para enviar comentarios