Los populistas suelen adherirse a los muros como símbolos de la separación entre amigo y enemigo. En Alemania, el presidente Gustavo Petro lamentó la caída del muro de Berlín como la victoria de sus enemigos ideológicos, los “neoliberales” o “neoconservadores” que acabaron con su admirado movimiento obrero, aparentemente centrado en la difunta Unión Soviética. Los demócratas abogamos por derribar lo que nos divide, incluido el gran muro que separa a nuestras regiones en Colombia.
En el año 2021, el ingreso promedio de los bogotanos era de $18,361 dólares anuales, tomando en cuenta las diferencias en costo de vida alrededor del mundo e inflación a lo largo del tiempo. Los ingresos de Santander, Antioquia, Valle del Cauca, Atlántico y el Eje Cafetero eran más del 85% del de Bogotá. En grandes partes del país se disfrutan niveles de desarrollo semejantes a los de la capital. Sin embargo, más de 16 millones de colombianos viven en departamentos cuyos ingresos son menores al 75% de Bogotá, y casi 2 millones donde se reducen a menos del 50%.
En los departamentos más pobres del país -Chocó, Guainía, y Vaupés-, los ingresos promedios son del 36%, 28%, y 20% del bogotano, respectivamente. Cabe resaltar que, de éstos, solamente Vaupés es más pobre que Venezuela.
¿Cómo es posible que entre los departamentos de Colombia existan divergencias más grandes aún que las que nos separan, como país, del mundo desarrollado? Según Daron Acemoglu y James Robinson, autores de Por qué fracasan los países, las diferencias económicas yacen, finalmente, en diferencias institucionales. Nos podríamos remontar al Siglo XVII para encontrar causas profundas de este fenómeno en Colombia, pero es evidente que la mayor diferencia institucional de los últimos cincuenta años entre nuestras regiones ha sido la presencia o ausencia de nuestro Estado de Derecho.
Solemos olvidar que las guerrillas, principalmente las Farc-Ep, fueron los mayores victimarios del conflicto armado. Según la Comisión de la Verdad, perpetraron más del 75% de los secuestros, daños a bienes civiles, reclutamientos de menores, y atentados terroristas del conflicto.
Es más difícil encontrar responsables del desplazamiento, pero se aproxima que fueron los autores de entre el 41% y el 61% de los casos -es decir, de desplazar a entre 2.7 y 4 millones de nuestros ciudadanos-. Resulta más propicio para el desarrollo vivir bajo nuestras instituciones republicanas imperfectas que a la merced de la tiranía guerrillera.
En aquellos departamentos donde las Farc nunca reemplazaron al Estado, ejerciendo presencia histórica en la capital departamental, el ingreso promedio es del 80.3% del bogotano, semejante al de Meta o Cundinamarca. En cambio, donde sí lo hicieron, se reduce a un 59.4% del de Bogotá, semejante al de Irak. Un gran muro separa a las regiones de nuestro país, demarcado por las heridas profundas de un residuo de la Guerra Fría.
En el año 1990, era menor la diferencia entre los ingresos per cápita de Alemania Occidental y Alemania Oriental. La caída del muro de Berlín representó, ante todo, la integración de una región tiranizada al mundo libre y la aplicación del estado de derecho en toda Alemania. No fue, como dijo Petro, el comienzo de una “gran noche neoliberal,” sino la consolidación de una de las democracias más respetadas de nuestro mundo en los suelos de lo que había sido la más despreciable de las tiranías. Sólo derrotando a nuestros tiranos y refutando a sus simpatizantes podremos lograr lo mismo en Colombia.
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