En una forma o en otra, la ley nos envuelve por todas partes. Si uno no se mete con la ley, la ley se mete con uno. La Constitución en sus normas rectoras afirma que Colombia es un Estado legalista por “excelencia”. Y en verdad la ley involucra a todo el mundo.
En el derecho vivimos y somos. Todo el impulso de protesta, todo el afán de justicia que muchas veces lleva a los peores excesos y a las más sangrientas conmociones sociales, se calma y se torna en serena quietud, cuando la aspiración popular se convierte en norma de obligatorio cumplimiento.
Las leyes justas, necesarias, imprescindibles -no las demagógicas o inútiles- son condensaciones de equidad, de libertad, de igualdad y de equilibrio de todos aquellos valores que el hombre, tras penoso esfuerzo, va conquistando para su vida civil y para su progreso ciudadano.
La revolución de hoy será la legislación de mañana. A su vez esa legislación de mañana, será atacada por fuerzas revolucionarias nuevas que acabarán por convertirse a su turno, en nuevas legislaciones que concentran y conservan lo que un día fue pensamiento creador y liberador.
En el libro “Decadencia del pueblo colombiano” editado cuatro veces por Plaza & Janés, sostengo: “Los colombianos somos esencialmente verbalistas, retóricos y facilistas… Todo lo queremos y lo queremos ya…Mas pasionales y emocionales que cerebrales o mentales…Nos gusta consolidar datos elementales, sino que salta de una vez a las cumbres, haciendo estructuras ideológicas inconsistentes. Al principio es brillante, pero termina por ser vencido…En el escalafón de la cultura se decide por disciplinas o actividades que exigen poco esfuerzo como el periodismo, la política, la burocracia, la literatura de fines de semana, la compraventa de bienes rutinarios, etc… Se mueve más por el fanatismo que por las convicciones. Se confiesa, se da golpes de pecho, cumple con el rito externo católico, pero actúa en contravía de lo que piensa…
Existe una ley que deroga leyes que en la práctica ya han sido derogadas. Demos varios ejemplos. Si una ley congratula a Medellín por cumplir un año de fundada, para que se dicte otra ley nueva, diciendo, que se deroga la ley que congratuló a la capital antioqueña. Lo mismo ocurre con una norma de vigencia temporal. Si se venció el plazo, para qué se afirma que queda derogada. Si una ley es obsoleta, inane o inoperante por sustracción de materia y ya duerme el sueño de los justos en el desván de las cosas olvidadas, ¿para qué se expide una norma derogándola?
Otro vicio muy arraigado en lo más hondo del colombiano es la ilusión legalista o el fetichismo jurídico consistente en crecer que aprobado nuevas leyes se erradica la pobreza, la violencia, el desempleo y tantos males terminales que nos azotan.
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