El gran escritor Juan Montalvo cuenta en sus escritos maravillosos, que la lectura de Colón a los libros de Marco Polo sobre sus viajes fantásticos al “oriente”, lo motivaron para descubrir a América. El relato de las guerras de los
conquistadores de la antigüedad, incitaron a Alejandro Magno para convertirse en el militar más famoso del mundo.
Y es verdad. Las buenas influencias, de los libros excepcionales nadie puede negarlas. Pensemos en lo que ha significado la Biblia para la religiosidad de la humanidad, o el Corán de Mahoma, para los islámicos.
“El Capital” de Carlos Marx intensificó brutalmente, no la lucha de clases, sino “el odio de clases”. Marx sugestionó con extraño fanatismo a inmensas muchedumbres. Sostuvo que el capital de los ricos y poderosos era un “robo”.
Que la religión, era el opio del pueblo y que se había inventado para adormecer a las naciones y así los poderosos disfrutar de las riquezas.
Por eso ardieron libros. Se convirtieron en cenizas los textos marxistas. Se quemaron los libros de Voltaire por atacar los dogmas católicos.
Ardió la Biblioteca de Alejandría, pues el Califa Omar, no aceptaba una religión dstinta al islamismo.
Ardieron los libros de Copérnico alegando que este sabio sostenía que el sol giraba en torno a los planetas.
Ardieron los libros de Zwinglio contra Lutero.
Ardieron los libros de Sigmund Freud y de Lenin por oponerse a temas que defendían las mayorías.
Ardieron los libros de Carlos Darwin, por dar una versión distinta, acerca del origen del hombre.
Ardieron muchos libros más por profanos, disociadores, descreídos, inmorales, blasfemos, codiciosos, etc.
La quema de libros es tan vieja como la intolerancia.
La violencia física contra las ideas, nada logran. Jamás la materia podrá prevalecer sobre el espíritu.
Resulta extraordinaria la labor destacada, sobresaliente y meritoria de Gustavo Ibáñez con su espléndida organización Grupo Editorial Ibáñez”, suministrando la alimentación intelectual a miles y miles de ciudadanos de todas partes con la difusión del libro. Le colabora entre otros, Jairo Acosta Quijano, quien por estos
días está cumpliendo sus bodas de oro profesionales, una total dedicación al libro. En cierta forma, Jairo Acosta y el Dr. Gustavo Ibáñez son dinámicos promotores de cultura. Solo la fe iluminada de estos apóstoles culturales explica
que la “virtualidad”, no aplaste la creación escrita.
La fortaleza mental, la perseverancia y el talento de estos y todos los editores, han salvado el libro tan amenazado por los hábitos digitales. Un refrán dice: para todos hay.
En mi caso personal, nada puede igualar o superar al libro. Yo amo las bibliotecas, las librerías y todo lo que tenga que ver con la escritura. Los volúmenes irradian sabiduría, ilumina, nos acompañan en la soledad y con los
textos mantenemos permanente dialogo. No hay tal silencio en las salas de lectura.
Los libros gritan, protestan, consuelan, ayudan y nos fortalecen en la lucha. El amor a los libros es un amor de alto linaje y subida jerarquía. Me gustan los libros amarillentos, que mantienen encendida la llama del saber y del conocimiento.
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