Yo, -y muchos colombianos- llegamos tardíamente al estudio apasionado de los grandes temas colombianos. San Agustín repetía: “Gran Dios, ¿cómo he llegado con tanta tardanza a conocer tu paraíso eterno y divino?”
Casi cincuentón, escribí uno de los libros más controvertidos en su momento, titulado “Decadencia del pueblo colombiano”. Tuvo siete ediciones. En uno de los capítulos más documentados reproduje, según el Agustín Codazzi, dos mapas dramáticos de Colombia. El primero incluía la integridad del territorio nacional. Allí aparecían mares y tierras de países centroamericanos, a la derecha Maracaibo con toda la gigantesca fuerza petrolera y la impresionante Amazonía, donde caben los 25 países europeos. No se habla de Panamá, esta otra historia vergonzosa.
Nuestros partidos históricos, llenos de grandezas y miserias, más lo último que lo primero, son los únicos responsables de este relato que mancha y estigmatiza nuestro pasado.
La sólida habilidad en la diplomacia internacional de los portugueses arrebató a los ineptos negociadores españoles la colosal extensión amazónica, al deslindar sobre la realidad el histórico Tratado de Derecho. Este episodio fue tan doloroso, que parecía que nos habían amputado de un solo tajo, piernas y brazo sal robusto cuerpo colombiano. Significó esto perder la zona petrolera que enriqueció al Ecuador y entregar toda la Amazonía al poderoso Brasil, y al Perú, quedando Colombia con el minúsculo y ridículo trapecio amazónico.
Por falta de conciencia territorial de nuestros presidentes y dirigentes, cedimos bobaliconamente mares y suelos a extranjeros, pidiéndole a Costa Rica que a cambio “adhiera a los derechos humanos consagrados por la Constitución del 63”. Fue protagonista de esto Murillo Toro, curtido líder nacional, dos veces Jefe de Estado.
Otro “estadista”, el Dr. Zaldua, expresidente de la Corte Suprema, impuso esta consigna: “Al negociar linderos con nuestros vecinos evitamos a toda costa los pleitos…” Con esta política absurda e irresponsable perdimos con Venezuela una de las regiones más ricas del mundo en petróleo, como es el Golfo de Maracaibo. Las 14 guerras civiles y 37 revoluciones del siglo XIX exasperaron a Panamá y con el apoyo de EE.UU., huyeron de Colombia.
Por las guerras canibalescas de México y Colombia, desencadenadas por los politiqueros se repite que perdimos los dos pueblos, la mitad más grande de los territorios. Sobre este tema, “la piel de zapa” asfixiante, abundan los libros: Eduardo Lemaitre, Enrique Caballero, Henso y Arrubla y muchos más.
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Hablemos muy por encima de “Historia de Trenes”, libro de Gerney Ríos González, patrocinado por Marco Tulio Calderón, rector de la U. La Gran Colombia y con macizos prólogos del Dr. Calderón, Benjamín Posada, Fred Emiro Núñez Ruiz y Mayor Adolfo León Donado Muñoz y que es otro asunto relacionado amargamente con terribles frustraciones colombianas. Una de las cosas grandes de Europa, la he visitado siete veces, es el embrujador sistema de comunicaciones. Los trenes son hoteles de 5 estrellas y es una experiencia mágica ir de una nación a otra, en estos aparatos prodigiosos.
La principal gloria de Rafael Reyes consistió en que, a pesar de haber recibido el gobierno, después de los tres años de la espantosa guerra de los mil días, así perdimos a Panamá, fue impulsar de una manera milagrosa los trenes, principalmente, y también las carreteras. Con este proyecto vial, que llamó “Más obras de progreso y menos politiquería” saltó el pueblo de la oscura época medieval a la dinámica contemporánea. Se integró el país, Atlántico con el interior, y algo del Pacífico, que es un Chocó grande, con las capitales. Pero resurgió la politiquería. Los poderosos de los buses y camiones aplastaron el transporte ferroviario. Las máquinas las volvieron chatarra y muchos rieles, los utilizaron en otras cosas.
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