La negativa de Uribe a la invitación de Santos, da pesar pero no sorprende.
Lo insólito sería que Uribe hubiera aceptado. Cuando el narcicismo asfixia la mente, y el afán de brillo personal pretende opacar cualquier síntoma de reconciliación, modificar el propio rumbo se convierte en algo impensable.
En el ajedrez, los reyes saben que pueden moverse hacia atrás, adelante, al lado o en diagonal, cuando la estrategia o la supervivencia así lo aconsejan. Pero quizá a nuestro reyecito paisa no le gusta este juego nacido en la India, transformado por los persas, adaptado por los árabes y adoptado en el mundo… Eso de hacerse a un lado no es lo suyo, y “pa’ trás, ni pa’ coger impulso”.
Lo grave es que no se trata de un señor X que sufre de terquedad. Aquí, el inamovible tiene en su club de fans más o menos medio país, que puede tirar a la caneca años de esfuerzo, paciencia y perseverancia no solo de un equipo negociador, sino -lo que es mucho peor- del otro medio país que se ha aferrado a la ilusión de algún día vivir en paz.
Decimos que con Uribe o sin él, la paz se va a construir; pero todo sería menos difícil si el ex presidente remara hacia una orilla de reconciliación, en vez de fungir de remolino.
Lo que estamos viviendo recuerda apartes de los Intereses Creados, de Jacinto Benavente: Intrigas, mentiras, egos, insultos en crinolina (es decir anacrónicos, incómodos y cursis). Pero nuestros dirigentes no son los Crispín y Polichinela del siglo XVII, ni ésta es la Madrid de 1907 que aplaudió en el Teatro Lara, el estreno del Nobel español.
Habitamos, celebramos y sufrimos una Colombia versión siglo XXI; pensante, diversa, que algo ha aprendido sobre las lides democráticas; una Colombia zarandeada por décadas de guerra, esperanzada con lo que ha pasado en La Habana, y dispuesta a sacrificar justicia por paz. No por gusto, ni por amor a Timochenko, o por llevarle la contraria al jinete del tinto; si no porque no hay otra posibilidad de salir de este enredo, literalmente mortal.
Tengo un amigo mago que dice Saramachaca, adivina cartas, inventa primaveras de papel en un sombrero, y además salva vidas. Él es genial. Pero en términos generales, ni un cónclave de Saramachacas convertiría 60 años de guerra, en 60 minutos de paz. Así es que hay que sacrificar cosas. Cosas grandes, importantes, tan atávicas como la idea de una justicia, por cierto ya bastante desdibujada. Y construir otra, acorde con el país que ya empezó su proceso de reinvención.
Uribe y su prepotencia dejaron a Santos con la mano extendida. Quizá algún día el ex presidente madure su concepción de patria, y comprenda que la grandeza no está en rechazar al adversario, sino en hacer el esfuerzo de acercarse a él; y así le tenga toda la bronca del mundo, aceptar que por encima de la soberbia, hay algo montañoso y herido, resiliente, humano y trabajador, llamado país.
ariasgloria@hotmail.com
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