Se ha cumplido el primer año del gobierno del cambio y los colombianos observamos que no se ha podido pasar de la retórica a la ejecución practica de todas las políticas públicas anunciadas para disminuir las tremendas desigualdades que existen en nuestra nación. Salvo la reforma tributaria, que salió adelante gracias al prestigio que se tiene cuando se está recién elegido; de la que todavía se afirma que no era necesaria, todo lo demás ha quedado pospuesto y en veremos en una administración que pareciera ya en el ocaso.
Como varios analistas lo han dicho, el país ha seguido su marcha gracias a la inercia que traía, que no sabemos hasta donde llegue. Esperemos que dure hasta que se logre al menos dar el timonazo que requiere el estado de cosas en el momento.
El gran problema del Gobierno ha sido su terquedad y la soberbia; no se ha cumplido con la regla de oro de gobernar que es crear consensos alrededor de los grandes temas públicos; pero lo más grave es no reconocer que se llegó al poder sin mayorías parlamentarias y con una diferencia muy leve con las huestes del adversario, que representan otra forma de pensamiento de los colombianos. El equipo de gobierno ha sido inestable, cambiante y contagiado de la misma egolatría de quién lo dirige.
El tema de la reforma a la salud unió a los colombianos contra la propuesta gubernamental; muy buena en el discurso del presidente, pero pésima en el papel. Definitivamente, los colombianos trabajadores reconocen la valía del sistema de salud y de las IPS que intervienen y no quieren los cambios que propone el Gobierno. Es cierto que hay que mejorar la cobertura de salud en el campo, pero para ello no hay porque destruir la de las ciudades. El proyecto no avanza y con razón.
La reforma laboral se hundió por mal concebida; llenó de zozobra los centros productivos; parecía sacada de los anales del más rancio reivindicatorio sindical y nos llevaba a secar la generación de empleo. Ojalá que la amenaza de volverla a presentar, conlleve la razonabilidad de una revisión profunda. La pensional se quedó en el tintero.
La política de paz total ha llenado de inseguridad a las ciudades y al campo colombiano. La imagen que proyectó fue la de la impunidad; la misma que proyecta el Gobierno con su propuesta de desocupar las cárceles. Las fincas están siendo invadidas y la autoridad no actúa; la delincuencia anda campante por las calles. De seguir así, la mayor ironía, es que un Gobierno de izquierda será el responsable de revivir el paramilitarismo.
Los recientes escándalos sobre dineros indebidos entrando a la campaña del Pacto Histórico amenazan con desestabilizar y desconcentrar al Gobierno, quién a futuro deberá dedicarse a defenderse de los ataques en lugar de gobernar, como ya sucedió en circunstancias similares en el pasado.
Pobre Colombia tan inmadura en procesos electorales.
Lo único que salva al Gobierno en este momento, es el razonable temor que todos tenemos, de que, si algo le pasa al presidente, quedemos en manos de la Vicepresidente.
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