Empiezo este Puerto con el Quijote que transformó el corazón cultural de Colombia. Álvaro Castaño, maestro de poesía, música y espíritu. Perfecta fusión de un ser humano brillante por dentro y por fuera; alguien que deja huella en "la inmensa minoría" que lo siguió, le aprendió y admiró. Álvaro fue un constructor de país, de amistad y academia. El príncipe que el día de su boda escaló un magnolio, para darle las dos flores más blancas y más hermosas a Gloria Valencia, el amor de su vida.
Álvaro, un caballero impecable, decente de palabra, obra y misión. No sé cuántos países recorrió sorbo a sorbo, entre museos, templos y conciertos. Cada escenario ayudó a formar el Álvaro que conocimos, y él se volvió parte del sentido de esos lugares. Paris tiene algo suyo; como lo tienen México y el Magdalena, Sicilia, Buenos Aires o Cartagena.
96 años en este mundo; quién sabe cuántos más en el de Leonor de Aquitania, y toda la eternidad para el reencuentro con los ausentes.
El martes en la noche, más allá de la inevitable tristeza que genera la muerte, sentí una corriente de paz, sencilla y sublime, construida por la imagen de un abrazo feliz: Él, Gloria y Rodrigo, Borges y Gabo, Carranza y García Lorca, Maqroll, Bach y Porfirio… Juntos, allá, de frente a la vida. Ellos tuvieron el espíritu y el arte mucho más grandes que el cuerpo, y sus relojes no marcaron minutos sino infinitos.
Álvaro: Desde niña elevamos un puente entre tu voz y mi alma. Cariño y gratitud para tu equipaje al Cielo.
Y como a este Puerto llegan diferentes insomnios, alarmas y palabras, no puedo ignorar la urgencia que tenemos de aprender a tratar las diferencias sin agredirnos, sin cacerías de brujas, con polémicas dignas y veraces. ¡Cuánto avanzaríamos si a cada persona que piensa distinto no la viéramos como enemiga! Le ganaríamos mucho terreno a la miseria y a la soberbia, si a la diversidad no la vistiéramos de contrincante sino de complemento.
Me refiero puntualmente al “show room” de fanatismos desatados porque una ministra pensó que sería bueno formar niños y jóvenes incluyentes, respetuosos de las diferencias. Más orientados a la tolerancia que al bullying. Una niñez sin INRIs en la frente.
¿Cuántos niños Urrego tendrán que morir para que la ecología social entienda que el pecado no lo comete el homosexual sino quien lo discrimina?
Hay que tener la cabeza muy llena de candados, chicles y telarañas para insistir en la pedagogía de la exclusión.
Las pugnas de estos días y las manifestaciones del miércoles, contribuyen con su cargamento de calumnias y sórdidas invasiones a la privacidad, a que la gente no perciba las instituciones como un referente, sino como un “desconfiante”. Y eso, per sé, ya es grave.
Respaldo por necesarios y valientes los esfuerzos de Gina Parody para que los niños no se formen en la incultura de la segregación y el sectarismo; para que ellos sean más auténticos que nosotros; y no se peguen un tiro cuando la vida no les quepa en el Excel de los fariseos.
ariasgloria@hotmail.com
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