PUERTO LIBERTAD
“La guerra ha terminado”

Los 48 millones de colombianos que estábamos vivos y conscientes el 24 de agosto a las 7 de la noche, tenemos suficientes motivos para sentir  un aire de resurrección expandiendo nuestro espíritu. Haber llegado al fin de la guerra y al principio de un nuevo país, es para Colombia el triunfo político y social más grande de los últimos 60 años.

El triunfo de la tenacidad, la convicción y la paciencia. Una victoria valiente, más real que perfecta y más humana que retórica. Sin más perdedores que la violencia, las armas y la intimidación. Una victoria sentida, pensada y construida no a partir de la muerte, la venganza y una falsa supremacía, sino con los ojos puestos en  un nuevo comienzo, en una sociedad mejor y distinta, dispuesta a la reconstrucción.

Cientos de colombianos tejieron, desde sus orillas, el resultado que se anunció el miércoles en la noche.

Desde los aciertos y equivocaciones de Belisario Betancur, hasta los aciertos y equivocaciones de Juan Manuel Santos, Colombia recorrió caminos muy difíciles; el sendero -para gobernantes, gobernados e insurgentes- fue muchas veces agotador y otras tantas, estéril y frustrante. La línea de menor resistencia habría sido renunciar a crear los mecanismos y palabras para un nuevo intento; haber contratado cien black hawks y mil Rambos, y sin lograr el fin del conflicto, haberle sumado aún más víctimas y más miedos, al balance desolador que dejaron nuestros 62 años de guerra.

Cientos de colombianos aportaron resistencia y resiliencia; generosidad, creación y pluralismo intelectual y emocional. Pero hay tres nombres -tres hombres- que lograron convertir el sueño/promesa en una hoja de ruta y en una realidad: Enrique Santos Calderón, Sergio Jaramillo y Humberto De la Calle. A mí, no me alcanzará la vida para agradecerles lo que hicieron, pero me comprometo a dedicar voluntad, trabajo y afecto para que lo alcanzado por ellos crezca, se multiplique y se refleje en la construcción de un balance social incluyente y solidario.

Me haría muy feliz que la generación de mis padres, la mía, la de mis hijos y  nietos, aprendieran democracia con el discurso de Humberto De la Calle, como texto de vida y cultura política. Y que de su mano conceptual, fuéramos capaces de cultivar esa redención ciudadana que nos planteó con empatía, profundidad y sencillez. Sus palabras y su gesto entraron por los sentidos, atravesaron neuronas y conexiones del pensamiento y, lo principal y definitivo: se instalaron en el corazón.

El 2 de octubre cada quien podrá elegir el país que quiere dejarle a sus hijos. No se trata de votar a favor o en contra de Santos, de Uribe o de las Farc. En Cuba se firmó el fin de la guerra; aquí tenemos la oportunidad (la mejor palabra para describir lo que estamos viviendo) de darle permiso y aliento vital a una paz que no tiene más nombre y apellido que el de Colombia; ésa, la de todos,  es la que tenemos la obligación moral de ratificar en las urnas. ¡La paz no puede quedarnos grande!

ariasgloria@hotmail.com