Los dictadores vecinos sin oficio o al borde de perderlo insisten en una vía para escapar de la degradación acelerada de sus problemas internos: atacar a Colombia responsabilizándola de todos sus males reales o imaginarios. Vía que no por repetitiva, fantasiosa y caricaturesca, deja de ser riesgosa para nuestra seguridad. Esta sí amenazada por el peligro de ahogo en que se encuentran sus protagonistas.
Los presidentes Maduro, de Venezuela, y Ortega, de Nicaragua, están con el agua hasta el cuello. Como bien lo describe un manual de primeros auxilios en caso de emergencias acuáticas, una de las primeras señales de hundimiento es cuando “la víctima está sumergida en el agua y solamente su boca se encuentra a nivel de la superficie”
La receta sigue una especie de cartilla del hostigamiento que les aconseja escoger un objetivo, inventarse un conflicto, inflarlo y lanzarse a una escalada de discursos llenos de necedades alegando que Colombia no es una democracia, que tiene crisis interna, creando incidentes que los victimizan y subiéndole el tono a su vocabulario en vista de que ningún país serio les presta atención. Sin embargo algún daño alcanzan a causar pues empeoran el ambiente internacional que nos mira con algo de recelo. De los discursos con acusaciones imaginarias algo queda. Es la aplicación en su política internacional de la cínica frase volteriana: calumnia, calumnia, que de la calumnia algo queda. Además, son calumniadores armados.
Basta un breve repaso a la historia reciente: Hugo Chávez llegó a los extremos de brindarle amparo a la guerrilla, acogiendo en su territorio a los jefes que encontraron una base de operaciones segura, y permitiendo que se instalaran campamentos guerrilleros en su territorio, mientras hacía todo lo posible por inmiscuirse como actor de lo que aspiraba a convertir en una nación más para su socialismo del siglo XXI. Correa lo secundaba en Ecuador. Evo Morales quería ser otra voz cantante. Néstor Kirchner merodeaba por los alrededores. Lula da Silva miraba complacido. Fidel Castro escribía la partitura y llevaba la batuta. Lo cual a nadie extrañaba pues siempre Colombia fue uno de sus objetivos predilectos.
Pero se acabó el petróleo que mantenía aceitada esa maquinaria despiadada contra nuestro país. Sus principales actores desaparecieron. Chávez murió. Correa está ocupado de tiempo completo defendiéndose de su sucesor. Evo tiene que superar serios problemas internos. Kirchner falleció y su señora salió de la presidencia para atender problemas judiciales. Lula está concentrado en la tarea de salir de la cárcel como candidato presidencial.
Nos quedan Maduro y Ortega empeñados en atacar verbalmente a nuestro país, con la esperanza de congregar detrás de sus exabruptos a la opinión doméstica que se les volvió en contra. Y con el acompañamiento del coro de las cada vez más escasas voces nacionales que insisten en ponerse del lado de la gavilla.
La escalda de tono de Maduro, por la supuesta complicidad del país en el reciente y dudoso “atentado” contra su vida y la de Daniel Ortega, quien acusa a Colombia de intento de golpe de Estado en Nicaragua, buscan provocar y medir fuerzas con el gobierno del Presidente Duque.
No se puede subestimar a este par de mandatarios desesperados, que se ahogan.
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