Por estos días de polarizaciones, alegrías del corazón y un aparatoso halloween político, algunos comunicadores y en especial un canal de televisión, han dedicado su trabajo periodístico a repasarle a Colombia lo perversas que han sido las Farc. Tal vez los partidarios del No creen que quienes estamos con el Sí vamos a caer en la trampa de defender lo indefensible. No se desgasten: Sabemos, recordamos y reprochamos con la fuerza de una conciencia pensante, las trágicas imágenes de un conflicto armado, tan inútil como devastador.
Respaldar los acuerdos de La Habana no implica ser amnésicos, ni avalar lo que hicieron las Farc en 60 años de beligerancia.
Respaldamos el acuerdo final porque nos pesa más la dramática infelicidad de la guerra que el miedo a fracasar intentando la paz. Lo respaldamos porque estamos dispuestos a sacrificar justicia por reconstrucción, y porque no tendríamos palabras para explicarles a nuestros nietos por qué cuando tuvimos la posibilidad de hacerlo, preferimos endosarle su futuro (ni siquiera el nuestro, sino el de ellos) a la confrontación armada, en vez de ensayar una cultura de reconciliación.
Yo no respaldo el acuerdo final porque me parezca perfecto, ni porque encuentre lógico que mientras un ladrón de andén pasa dos años preso, un secuestrador pueda ser elegido congresista. Respaldo el acuerdo porque prefiero hacer sacrificios en aras a una paz concertada, que en pro de una guerra eternizada; y porque nada me parece más torpe y más abrupto que perpetuar la cultura de la muerte violenta.
Quizá ni usted ni yo estamos dispuestos a perdonar, y mucho menos a olvidar; pero sí a pasar la página. A estrenar cuaderno, sin que eso implique botar el viejo. La historia está ahí, y nadie la va a borrar. Pero la memoria no puede ser un ancla llena de algas, que nos deje clavados en el fondo de nuestro propio Mar Muerto.
Estoy dispuesta a darle la oportunidad a Colombia de amanecer sin miedo; a que los soldados no pierdan sus piernas en los campos minados, y los guerrilleros no sean declarados por decreto ex presidencial, una causa perdida. Hasta donde yo recuerdo, nadie nos ha dado la potestad de catalogar de irrecuperables a una víctima o a su victimario. Ni mucho menos, al círculo vicioso que se crea entre ambos.
Quien fue reclutado siendo niño, no está indefectiblemente condenado a empuñar un fusil por el resto de sus días. Si pensáramos que son incurables las pequeñas o grandes catástrofes humanas, que las enfermedades son eternas y la ignorancia vitalicia, no habría médicos ni maestros, ni organizaciones que a lo largo y ancho del mundo se dedican a rescatar los náufragos que va dejando el odio, ahogándose por ahí, en medio de esta extraña interpretación de sociedad que algunos se empeñan en mantener.
Respaldo el acuerdo final. #obvioqueSI. Y dedicaré alma, corazón y vida de los 30 días que faltan hasta el 2 de octubre, a defender el camino que nos ayudará a enterrar odios seguros, en vez de sepultar esperanzas posibles.
ariasgloria@hotmail.com
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