Desde su primera noche al aire, La Niña nos estremeció razón y corazón. El proceso de visibilizar el drama del reclutamiento infantil, y mostrar una sociedad bastante maniqueísta, empezó con el talento y sensibilidad de Juana Uribe, y atravesó la conciencia del país, de la mano de un excelente equipo de Caracol Televisión.
En Colombia han pasado en estos últimos días cosas que nos han hecho ver, con una mezcla de dolor y esperanza, el pasado y futuro de los niños de la guerra.
El sábado, 13 niños reclutados por las Farc fueron entregados al Comité Internacional de la Cruz Roja. 13 niños regresaron de la pesadilla, y tendremos que hacer hasta lo imposible para que sus próximos 70 años transcurran en paz, en una sociedad plural, dispuesta a recibirlos y convertir en realidad, su derecho a la felicidad. Van 13. Faltan muchos. Y todos deberían encontrar manos abiertas, escuelas comprensivas y hogares disponibles. Si no estamos listos, ¡adoptemos sin más demora el "modo" reconciliación! Cambiar un equipaje de tristeza y vacío, por cariñoterapia y oportunidades de educación, inclusión y dignidad, no obedece a un consorcio de bondades, sino a una ineludible oobligación moral.
La Niña llegó a nuestras casas en el instante preciso: Cuando un país que vive momentos definitivos tiene que mirarse al espejo, confesar sus faltas atávicas y emprender sin tanto miedo, el camino hacia un futuro que ya no amanecerá perforado por las balas, ni ahogado en sangre violenta.
Yolanda Reyes escribió esta semana una columna impecable “Los niños que vuelven de la guerra”. Si no la han leído y quieren ser gestores de la nueva Colombia, léanla. No para encontrar respuestas; sino para enfrentar esas preguntas difíciles, que nos incitan a convertirnos en mejores personas.
Siempre he sido defensora del proceso de paz, y recientemente pasó algo que transformó mi "fe cultural" en los diálogos, en una "fe vivencial".
Conocí a la niña real, la de alma y piel que a los 8 años fue reclutada por la guerrilla. La niña que no tuvo infancia, y contra viento y marea cree en la vida, en Dios y en su convicción de ser médica.
Escribo esto con la autorización y confianza que generosamente ella me dio. Lo comparto con ustedes porque ella es una lección de resiliencia, valor y superación; y porque me hace feliz saber que hablamos tranquilamente, con verdad y afecto. Vi en ella una niña merecedora de una infinita ternura, y una mujer valerosa, decidida a pasar la página y culminar su carrera. ¡Tantos años en una guerra que ni quiso ni buscó, y no tiene un solo gesto hostil!
Nos dimos un abrazo largo y sincero y le prometí ir a su graduación. Pienso mucho en lo valiente que ha sido al empeñarse más en sus capacidades y expectativas, que en sus recuerdos y heridas.
Señores, #ObvioQueSí se puede. Venimos de historias, oportunidades, tristezas y logros diferentes, pero nada -salvo nuestra terquedad o egoísmo- podría condenarnos a la torpe inutilidad de perpetuar el odio.
Nada -salvo nosotros mismos- podría negarnos el afecto que cabe en el primer abrazo de una nueva vida.
ariasgloria@hotmail.com
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