No podremos seguir con el corazón vestido de fiesta, la maldad en OFF y las calles llenas de pañuelos blancos.
Pero tenemos el deber moral de cultivar el espíritu que ejercimos -o al menos sentimos- durante los cuatro días de la visita del Papa.
Fueron días iluminados. Agnósticos, creyentes, ateos, católicos, devotos de otras religiones, colombianos de todos los colores, edades y condiciones, fuimos de una u otra manera tocados por los mensajes de misericordia, ternura, reflexión y reconciliación de Francisco.
A todos nos hizo enfáticos llamados de atención; y también a todos nos alentó a ser felices, a romper los miedos y volar alto; nos pidió ser solidarios y ejercer la misericordia no como un favor sino como una consigna de vida. Nos pidió no caer en la venganza.
Nunca antes nos habían cantado tantas verdades y nos habían dejado tantos elementos de reflexión; nunca una serena fortaleza de esa magnitud, nos había invitado a ser capaces de transformar el odio en benevolencia y los candados en libertad.
Sus palabras fueron sencillas y profundas; exigentes, comprensibles y cumplibles desde el corazón individual y colectivo.
Lo difícil es que a la conducta de Colombia la mueven más hilos de los deseables. Tal vez la bondad se nos dé por naturaleza, pero estamos tan llenos de intereses creados, de ataduras impuestas y resentimientos aprendidos, que demasiadas veces olvidamos que en el fondo somos buenas personas. Si algunos quieren convertirnos en títeres de sus batallas egocéntricas y estériles, pues tengamos la firmeza suficiente para no dejarnos enredar.
Cabe preguntarnos ¿qué útil tiene el odio? Ninguno; ningún útil que sea defendible.
Es innecesario gritar, cuando sabemos que el mejor micrófono viene incorporado en las causas justas y en las palabras ciertas.
Tampoco tiene sentido dedicarnos a la ley del desquite, ni portarnos como usureros de espíritu. Nada de eso nos hará más libres, más felices o más y mejor evolucionados.
Cuidemos el tesoro/mandato/exhortación del Papa, porque fácilmente puede pasar un siglo, sin que vuelva alguien capaz de tocarnos el corazón así como lo hizo Francisco.
Vivimos cuatros días sublimes; ahora depende de nosotros -con el insumo y motor que recibimos- seguir un camino de sincera transformación emocional, espiritual y cultural.
Ejercitar el músculo del perdón exigirá sacrificios, convicción y generosidad; una enorme capacidad de pasar la página aun cuando los renglones escritos nos sigan desgarrando el alma; abrir nuestra vida, nuestras costumbres y espacios, para invitar a entrar a quienes durante décadas consideramos enemigos. Y construir un nuevo “nosotros”, una nueva cotidianidad.
No se trata de olvidar. Lo valiente será que a pesar de la memoria, a pesar de los recuerdos -o precisamente por ellos- nos comprometamos a nunca más endosarle a la muerte, la vida y sueños de nuestro país.
No hay fórmulas mágicas para los caminos de y hacia la paz; andaremos con marcha firme, frágil, vital o cansada. Habrá nudos, muros y pantanos. Nos caeremos una y mil veces, y volveremos a levantarnos. Pero lo haremos: Ya dimos con Francisco, el primer y entrañable paso.
ariasgloria@hotmail.com
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