Lunes 3 p.m. 22 horas después de conocido el resultado del plebiscito. “Santi, me niego a ser un difusor de pesimismo, pero no tengo de dónde sacar optimismo… no sé qué decir cuando me preguntan ¿y ahora qué va a pasar?”
“Hoy no sé”, me contestó.
Esas tres palabras me liberaron: Yo no tenía -al menos por ese día- la “obligación” de saber qué hacer. Gracias a ese abrazo que atravesó 4.000 kilómetros para llegar en mi rescate, me sentí aliviada y pude volver a pensar.
Lunes 5 p.m. Me convocan a una reunión que habría esa misma noche; “algo tenemos que hacer”, la ciudadanía tiene que expresarse, organizarse, manifestarse… algo, todo menos el marasmo.
Y es que hay momentos en los que no hay tiempo para la tristeza. No hay tiempo para elaborar el duelo, ni para la inercia de la decepción. Por más desolados que estuviéramos con el resultado de las votaciones, teníamos permiso de no tener las respuestas perfectas, pero no podíamos darnos el lujo de quedarnos quietos. Listos. Voy. Vamos. Cadena de llamadas, mensajes, ondas concéntricas de provocación positiva para despertar del knock out. Y así fue. Cuatro horas después había nacido #AcuerdoYa que unido con la vitalidad y fuerza del movimiento estudiantil y de miles y miles de ciudadanos, el miércoles se tomó las calles y plazas de varias ciudades de Colombia y algunas del mundo.
Objetivos: no volver a la guerra, mantener el cese al fuego bilateral y que no se derrame más sangre violenta en Colombia; demostrar a las víctimas que no están solas. Demostrarnos a nosotros mismos que el golpe no nos dejó paralizados, ni insensibles, ni en muerte ánimo-cerebral.
Cuatro días después del huracán físico y electoral, ya no debe importarnos quién votó Si o No; o a quién lo dominó el escepticismo, la ignorancia o la modorra, y ni siquiera salió a votar. Allá cada quien con sus por qués y sus huecos de gruyere en la conciencia.
Los ciudadanos “de a pie”, usted y yo, el artesano y el cirujano, el abogado y el poeta, el piloto y el pescador, el chef, el nieto y el abuelo; los 48 millones de colombianos que no dirigimos el país, y tenemos cosas más productivas que hacer que desgastarnos en el P y G de los errores de los dirigentes, tenemos la obligación (lamento decirles que ya no es una opción) de defender un propósito común e ineludible: No vamos a renunciar a lo conseguido en cuatro años de negociaciones. No vamos a permitir que los egos de uno u otro lado nos encierren en el velorio de la esperanza. No vamos a volver a la guerra y exigimos #AcuerdoYa.
Si a los opositores les parece tan feo el acuerdo, digan cómo mejorarlo, siéntense en La Habana con los negociadores. Pongan la cara rápido y donde hay que ponerla, no a control remoto. Y sepan que Jaramillo, De la Calle y sus valientes compañeros de misión, no están solos. Si algo bueno nos dejó la votación del domingo, es que el país que estaba dormido, se despertó.
ariasgloria@hotmail.com
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