Las catástrofes naturales, humanas y morales han relegado a un segundo plano la opción de visibilizar el hemisferio limpio y gratificante de las cosas. Retroalimentarnos el pesimismo es un deporte nacional que no quisiera practicar. Al menos, no en esta madrugada.
Por eso hoy Puerto Libertad se niega a hablar de los innombrables (de cualquier nacionalidad) y se concentra en mirar un ejemplo de lo que sucede cuando se trabaja con visión, grandeza y pulcritud.
Ayer recorrí parte de los 40.000 metros cuadrados de la expansión de la Fundación Santa Fe de Bogotá, un hospital reconocido en Colombia y el mundo como un centro comprometido con los más altos niveles de calidad, gestor de conocimiento, salud y bienestar. Un hospital del que cualquier país debe sentirse orgulloso.
En Colombia, los desastres en la atención (o mejor dicho en la desatención) en salud, son noticia cotidiana. Desde luego esas denuncias son obligatorias, y ojalá se hicieran con rigor y no con maligna frivolidad.
Vale. Pero también hay que contar cuando alguien hace las cosas con criterios de excelencia, y éste -el de la excelencia- es el caso de la Santa Fe: 44 años de gestión impecable, marcados por la tenacidad, el respeto y una promesa de valor cimentada en ofrecer lo más avanzado en conocimientos y tecnologías, y lo más ético, en el comportamiento humano y en la relación médico-paciente.
Una persona enferma está vulnerada y vulnerable; expuesta más que nunca al dolor, a algún tipo de limitación, y a la marginación de su vida cotidiana. No necesita solamente el mejor antibiótico o el bisturí más diestro. Necesita, por encima de todo, dignidad y reconocimiento. No es un bloque anatómico al que algo le falla; sino un ser humano que merece consideración (no lástima), respeto, y una afectuosa inteligencia que lo acerque -no que lo aleje- a la comprensión de su padecimiento y a la búsqueda conjunta de la mejor cura posible. Todo eso está presente en la Santa Fe. Unidad de cuidado intensivo neonatal, donde los padres podrán estar 24 horas al día con su bebé. No más lágrimas ni incógnitas al otro lado de la ventana; no más muros ni prohibiciones. Entran a jugar la cariñoterapia de la familia, como agente sanador; flores, árboles y enredaderas en un inimaginable solario “sembrado” en el 9º piso. Habitaciones individuales para cuidado crítico, con acompañamiento permanente, escritorios, luz de sol, montañas, privacidad como insumo del respeto.
Servicio a la carta (en serio), porque cuando la condición lo permite, hace menos daño un vino que una dosis de morfina.
Y ¡stop, detractores de oficio!: esta expansión hospitalaria no será el feudo de las élites. Sus pacientes vendrán del régimen subsidiado, contributivo, planes complementarios y pólizas. Esto es cumplirle por lo alto a la conjugación de lo óptimo, con lo democrático. Gracias Roberto Esguerra, Juan Pablo Uribe, Henry Gallardo y todos los maravillosos actores que lo han hecho posible. Gracias por ser forjadores de bienestar y esperanza, de calidad y país; gracias por demostrar que en Colombia “construir un mejor futuro en salud, es posible”.
ariasgloria@hotmail.com
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