Aparte de los humanos, no hay más seres vivos que insistan en ponerle zancadilla a sus congéneres, cuando éstos son exitosos. En el mundo hay suficiente espacio y necesidad, para que prosperen todas las buenas ideas que contribuyan a tejer y tener mejores sociedades, y uno pensaría que comprender algo así no debería ser tan difícil.
Demasiadas veces falta oxígeno y sobra toxicidad; falta voluntad y sobra avaricia. Muy loco y muy triste querer atravesar con una motosierra el árbol que da mejores frutos, o quemar la hoja donde está escrito el más lindo de los versos. La envidia es un sentimiento “mentichiquito” y destructor.
Cada vez que aparece un ataque al Programa Ser Pilo Paga (SPP), siento dolor por lo que está en riesgo, y angustia al comprobar que la mezquindad sigue tan oronda, galopando en su pobre reptil sin patas, nublado y viscoso.
A SPP le sobran detractores y le faltan defensores: Lo atacan un sector de la izquierda, los fanáticos de lo público per se, y muchas de las universidades que no están acreditadas, ergo no clasifican para el programa. Lo atacan también los saboteadores de oficio (los que creen que la única forma de brillar es apagando estrellas). Y también esa curiosa teoría que afirma que si no hay zapatos para todos, es mejor que el planeta camine descalzo, porque la consigna es nivelar, como sea.
Los defensores, en cambio, hemos sido tímidos y muchas veces olvidamos que tenemos la obligación moral de defenderlo.
La pregunta no es cuánto dinero se gira a universidades privadas, sino por qué los muchachos que gracias a sus altos puntajes en las pruebas de estado tienen la posibilidad de elegir, prefieren formarse en el sector privado.
No hay un complot contra lo público; ni un malévolo director de orquesta tipo Cruella de Vil, que pretenda dejarle la olla raspada a la educación estatal. Hay sí, una condición de libertad de elección, de competencias y aspiraciones, de valores agregados, y de todo aquello que lleva a un muchacho brillante a escoger el alma mater que marcará su futuro.
Como si fuera poco, está demostrado que con el dinero dedicado a la educación superior de 22.000 pilos, solo se cubriría el costo real de 16.000 estudiantes en una universidad como la Nacional. Por donde uno lo mire, la ecuación matemática o social de desbaratar el programa, no da, y sería un harakiri a la construcción de equidad.
SPP no es la cura definitiva contra todas las falencias del sistema educativo. Pero sumadas las dos tandas de pilos, tenemos más de 22.000 jóvenes que sin el programa estarían marginados de una educación de alta calidad, y hoy están matriculados con un futuro de dignidad y desarrollo. Por eso convoco: Pongámonos las #PilasPorLosPilos.
Envío al periódico esta columna, dos horas antes del esperado y esperanzador compromiso del Teatro Colón. Apoyo el segundo mejor acuerdo posible; no podemos permitir que la promesa/urgencia de reconciliación, se marchite en el marasmo de una sala de espera; es preciso temerle a la guerra, pero -por imperfecta que sea- nunca será ni lógico ni ético, temerle a la paz.
ariasgloria@hotmail.com
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