POST-COLUMNA
En la Via Caritatis

Observando casualmente esta semana un programa en el canal vaticano EWTN en que se recrea la vida bucólica en la abadía de Sainte-Madeleine du Barroux, montada en una colina del valle del Ródano, Francia, he tenido una idea providencial: como de todo se ve en la viña del Señor y como la ignorancia es atrevida, en caso tal de que a la gente en este país del Sagrado Corazón le dé por suicidarse y votar mayoritariamente por el ex pobre exguerrillero Petro Ferragamo, me convertiré en monje benedictino y pediré asilo en aquel monasterio para trabajar ardua y silenciosamente en sus viñedos legendarios, cuya tradición viene desde tiempos del Papa Clemente V (año 1309) y que hoy exporta el muy cotizado Via Caritatis (si Jesucristo escogió el vino para transformarlo en su sangre, por algo sería ¿no?).

Y ya tengo programada mi eventual nueva rutina: me levantaré con las primeras luces de la madre Alba, a las 5 am, me lavaré con agua fría -que baña más rápido que la caliente- iré al oratorio hasta las 6 para pasar a la cuisine y ayudar en el amasamiento y horneo del pan artesano de mantequilla más exquisito de mundo; desayunaré con los demás monjes  -sin tener que musitar palabra, solo saluditos protocolarios, de lejitos- y luego iré a recorrer y hacer mantenimiento a los viñedos; regresaré al oratorio y pasaré a manteles a degustar faisán, cordero y lomito de cerdo a la crema, como el que a-doraban a borde de carretera entre Pereira y Armenia en tiempo AC (antes del celular), con papas a la francesa y arroz a la colombiana, acompañando siempre las viandas con la reserva carmenere de turno, previamente elaborada por nosotros mismos, bajo el sello de control de calidad Caritas in veritate.

Luego de una merecida siesta, regresaré a las faenas vitícolas, cosechando los mejores frutos para llevarlos a la sección de aplastamiento a pie limpio en piscinas especiales que a la vez nos sirven de gimnasio y de sauna por turnos de a 2 horas para cada tanda de abates saltarines; luego, una vez obtenido el mosto, trabajaremos en procurar las mejores condiciones para su fermentación mediante la acción de las levaduras naturales y oraremos en grupo y -allí sí en voz alta- para lograr el milagro de que el azúcar del mosto se convierta en alcohol etílico y antes de introducir el espirituoso en los barriles celestiales colaboraré gustosamente con el catado de las diversas reservas para establecer exactamente su grado de maduración.

Y al caer la tarde rezaremos el Ut in omnibus glorificetur Deus (alabanza a Dios en todas las cosas) y así, “a media uva”, pasaré el resto de mi vida -hasta que mi Diosito agache el dedo- alejado del mundanal ruido en medio del silencio sepulcral de la Abadía de Sainte-Madeleine du Barroux y sin darme puñetera cuenta de cómo la izquierda acaba con mi querida Patria y de cómo sus dirigentes se roban lo mucho que quedaba de valor.

Post-it. Mi apuesta iba por Rafael, pero ganó Oscar Iván, excelente tipo, brillante economista, hombre de mostrar para concitar voluntades dentro del espectro de la vía centro-derecha. ¡Ánimo, OIZ!