Aunque a veces nuestra arrogancia nos haga creer lo contrario, los seres humanos somos una inteligencia bastante limitada en medio de los vastos pluriversos. Sería ya muy prepotente creer que somos la máxima expresión de la creación y que no hay otras inteligencias superiores. Cada vez tenemos más muestras de la existencia de más vida inteligente, de lo cual –además- han dado cuenta las grandes tradiciones de sabiduría desde hace milenios. Cuando hablamos de ángeles, arcángeles y maestros ascendidos, estamos reconociendo que existen otros estados, otras inteligencias más avanzadas. Eso no significa que no seamos importantes para la evolución de la consciencia; por el contrario, ese reconocimiento humilde de lo superior nos abre la puerta a seguir en la ruta del crecimiento, en esta pequeña escuela planetaria que estamos compartiendo aquí y ahora. Somos aprendientes, con todo lo que ello implica: aciertos, errores, coherencias, incongruencias, avances y retrocesos.
Sí, somos incongruentes, somos seres complejos. Parte del aprendizaje es ir alcanzando coherencia en medio de las dificultades de cada día y en los diferentes contextos en los que nos relacionamos. La tarea no es nada fácil, pues a pesar de creer que tenemos una sola personalidad la realidad nos va mostrando otra cosa. La palabra persona proviene del latín personae, que significa máscara; tenemos máscaras y danzamos con ellas, lo cual no es malo ni bueno, solo es parte de esta experiencia vital. ¿Siempre ha coincidido lo que piensa, con lo que hace y con lo que siente? Mi respuesta personal es que no siempre, que me faltan muchas cosas por aprender y que puedo observar mis incongruencias para identificar esos aprendizajes pendientes. Acompaño en consulta a todo tipo de personas, quienes llegan con sus incongruencias y vacíos, para seguir aprendiendo. No conozco la primera persona absolutamente congruente.
Por supuesto que las incongruencias tienen grados de afectación, dependiendo de la labor que desempeñe la persona. Una cosa es la falta de coherencia de un padre de familia que amenaza con quitarle el último juego electrónico al hijo que no hace la tarea, ultimátum que no cumple. Otra cosa es la incongruencia de un trabajador del Estado, por cuya falta se ven afectados millones de personas. Para cada incongruencia hay una solución, que pasa por darse cuenta y enmendar, en el caso del padre de familia, y –adicionalmente- por acciones disciplinarias, en el caso del trabajador estatal.
Tanto en lo personal, como en lo estatal, lo corporativo, lo social, las incongruencias permiten aprendizajes. ¿Elegimos aprender de ellas, corregirlas primero en la esfera personal, o decidimos primero ver la paja en el ojo ajeno? ¿Elegimos aprender desde el amor o desde el rencor? Probablemente, y por la misma incongruencia, a veces el uno y a veces del otro. Somos seres humanos, todos.
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