“La humanidad, en su frenesí tecnológico, va a velocidades que nos deshumanizan”
En los albores de la humanidad cada día era una celebración de la vida. Había tiempo y espacio para al levantarse honrar al sol, tomar su energía, respirar el aire sabiendo lo que se hacía, con plena consciencia del aire que entraba y del aire que salía; también había momentos para honrar a la tierra y los alimentos, para celebrar cada nacimiento y cada muerte -ese otro nacimiento, el regreso a casa-, para estar en comunidad, desde el gozo. Por supuesto que había conflictos, esos inherentes a la especie humana que aún hoy tenemos y que de no tramitarse sanamente terminan en guerra. Luego de las reyertas, se recuperaban esos espacios de celebración, se regresaba al ritmo connatural de la vida, a la conexión esencial con todos y del Todo, con mayúsculas. Hemos ido perdiendo esos ritmos, con mayor rapidez desde la revolución industrial del siglo XIX; lo que hemos estado perdiendo es la conexión.
Tal vez por ello y por otras muchas razones más, como que ya no somos unos miles sino miles de millones y porque se necesita que el comercio tenga picos de activación, necesitamos ahora días especiales para las celebraciones: de cada vida en el cumpleaños, de la madre y el padre, de los amigos, de las profesiones que inician con a, ce, eme o uve, de la Tierra y del árbol. Así como nosotros nos hemos fragmentado, también hemos fragmentado el tiempo, sin reconocer que esas escisiones son ilusorias, pero que de tanto repetirse terminan por ser la norma. No tenemos tiempo para comer sanamente, dormir sanamente, amar sanamente. La humanidad, en su frenesí tecnológico, va a velocidades que nos deshumanizan, a ritmos que no están en concordancia con la armonía de la vida. No es, ciertamente, uno de nuestros más grandes logros.
Requerimos más espacios para las celebraciones, no solo cuando el mercado nos recuerda que existen vínculos que “debemos” conmemorar. Necesitamos comprar más tortas para el día del no cumpleaños, cualquier día ante la imposibilidad ilusoria de no poder cada día. Precisamos reconocer que todos los días son de la Tierra, del agua, de los bosques. Que mamá y papá, al igual que los abuelos, los tíos y los primos, están todos los días y que cada jornada con su presencia es un milagro digno de celebrarse. Clamamos, en forma urgente, re-humanizarnos, conectarnos nuevamente con esa esencia embolatada en la vorágine de la cotidianidad. Si hay un lujo que precisamos darnos es el de recuperar el tiempo, los ritmos que nos permitan vivir armónicamente. Podemos hacerlo, de a raticos, abriendo espacios más permanentes que esporádicos para celebrar la vida de quienes amamos, para celebrar nuestra propia vida y relacionarnos en armonía con el entorno. Nos podemos dar esos permisos, los necesitamos.
- Inicie sesión o regístrese para enviar comentarios