El señor Alcalde tiene muchas cualidades que le han permitido ser el mejor de los últimos veinte años. Pero tiene el defecto de que oye poco y no da su brazo a torcer. Van dos ejemplos:
El primero: la licitación para el cambio de la flota de TransMilenio que parece darle preferencia a los buses diésel. Y no los de última generación porque, se dice, el diésel producido en Colombia no sirve para esos motores. Gracias a los ruegos de toda la comunidad expresados en la calle, columnas periodísticas y editoriales, accedió a subir unos puntos a los licitantes de buses movidos por gas y eléctricos. El Alcalde dice que esos motores no son buenos para los buses biarticulados (de tres cuerpos) que pueden transportar hasta 250 pasajeros; que en todas partes del mundo circulan buses diésel, lo cual es cierto, pero no significa que estén casadas, como nosotros, con ese sistema: desde el 1 de enero de 2018, todos los buses públicos (algo más de 16.000) y privados son eléctricos en Shenzhen, una ciudad china que le apuesta a que en 2020 solamente circulen carros eléctricos; en Santiago los buses del “transmilenio” local están siendo reemplazados por eléctricos; en Europa muchas ciudades están en el mismo plan, pero seguramente ninguna va a casarse con el diésel por otros 12 años; que los buses escolares y las motos contaminan más; que son más caros, lo cual a largo plazo 8 o 10 años no es verdad; que los operadores son privados y no le marchan a las nuevas tecnologías (si así fuere, hay que cambiar el sistema pero no dejar el ecoambiente urbano en manos privadas); que habría que subir el pasaje, pero en esta ciudad los subsidios al SITP y Transmilenio valen billones.
Uno de los áulicos del alcalde dice que el transporte público no se puede sujetar a que vuelen las torres de energía o los gasoductos. ¿Y qué de los oleoductos? Todos los días los vuelan y aún no se han varado los “transmilenios” por esa razón. Ninguno se refiere a los beneficios de un ambiente más limpio que es un valor, intangible sí, pero mucho mayor que las consideraciones de precio- en una ciudad que ya ha tenido que decretar emergencia ambiental-. ¡Una oportunidad preciosa y de avanzada que no debemos perder!
El segundo: la troncal del Transmilenio por la carrera séptima que, además de la contaminación por el diésel, tiene otros problemas: no cabe; convierte una arteria emblemática en algo parecido a la Caracas de la cual solamente la separan 300 o 400 metros; y, además, la gente se opone y eso debería ser suficiente. De nuevo, los tranvías eléctricos cumplirían el cometido sin perjudicar al resto de la humanidad. En casi todas las ciudades europeas, incluyendo a París que tiene uno de los mejores metros del mundo, hay tranvías que son vehículos igualmente rápidos y mucho más agradables.
¿Quién le pone el cascabel al gato?
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Coda: El tráfico está cada día peor. El Secretario de Inmovilidad, don Trancón Bocarejo, ha llenado la ciudad de policías acostados y de bolardos que impiden la libre circulación de vehículos. A pesar de las normas para evitar que la gente estacione en las arterias, en la mayoría de ellas hay carros parqueados a lado y lado que difícilmente permiten el paso por el carril del centro. Los huecos hacen su parte. La policía no hace la suya. Los semáforos no están sincronizados y tienen los bombillos fundidos. Así con todo. Y el alcalde y don Trancón tan contentos.
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