Manuel Murillo Toro es sin duda uno de los grandes protagonistas de la historia del siglo XIX colombiano. En palabras de Teodoro Valenzuela es “el más fiel representante de aquel ruidoso y fecundo tumulto de ideas” que fue el Radicalismo liberal. Respetado, incluso por sus adversarios más acérrimos, defendió como ideólogo y aplicó como administrador, con coherencia, entereza y convicción, las ideas liberales que marcaron ese siglo: la libertad de los esclavos, la desamortización de bienes, la laicización de la educación, la libertad económica.
Fue también un genuino defensor del federalismo, al que consideraba como “el mejor modelo territorial posible que creaba conexiones y unidad, aunque pareciera lo contrario”. Sus ideas al respecto contribuyeron a la concepción de la Constitución de 1863. Respetuoso del texto de la misma y de su espíritu, decidió, siendo presidente de la República, no intervenir en la disputa interna entre Pascual Bravo y Pedro Justo Berrío en el Estado federal de Antioquia, a pesar de los llamados insistentes de sus copartidarios. Entendía en efecto que su tarea era mantener el equilibrio entre el ejercicio del poder federal y la soberanía de los Estados como clave de la paz y del progreso, y evitar que se usurpara o limitara el poder que correspondía a cada uno. Consciente de las posibles imperfecciones del texto constitucional, creía que sus eventuales desajustes se podía sanear con la doctrina y las interpretaciones jurisprudenciales; fue asimismo un imparcial magistrado de la Corte Suprema Federal.
Hombre tolerante, convencido de la libertad de prensa y de su papel para asegurar el acierto y el control de la cosa pública, no cedió tampoco a los llamados que se le hacían para censurar los feroces ataques de los que fue objeto por parte de sus contradictores, los cuales con humildad republicana consideraba como ejercicio de la libertad de expresión que tanto defendía y que también ejerció como agudo columnista de opinión y periodista.
Las reseñas oficiales hacen énfasis en sus tareas diplomáticas, su relación con Abraham Lincoln, las realizaciones de sus dos periodos como presidente (1864-1866 y 1872-1874), dentro de las que se destacan la creación del Diario Oficial, la introducción del telégrafo, la elaboración de numerosos mapas de nuestro territorio que se basaron en los trabajos de la Comisión Corográfica, la reducción de la deuda interna y externa de la nación, la ampliación de la navegación por el río Magdalena, la construcción de importantes tramos férreos, entre ellos el del ferrocarril de Buenaventura, la introducción en Bogotá de la iluminación pública con gas; todas ellas de indudable importancia.
Pero tal vez el mayor legado de este gran tolimense, nacido en Chaparral, es su ejemplo en el ejercicio del poder y su concepción del mismo. José María Vargas Vila señalaba que “de él puede decirse como de Marco Aurelio, que su vida pública fue la de la virtud puesta en acción”. Y con razón Quijano Wallis, al celebrarse el centenario del nacimiento de Murillo Toro, pronunció esta memorable frase: “Los principales genitores de esta joven nación fueron Bolívar, Santander y Murillo. Bolívar el fundador de la patria; Santander de la República; y Murillo de la libertad política”.
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