A propósito de efemérides

 Celebrar, conmemorar o simplemente recordar hechos, textos o momentos significativos de nuestra historia institucional, es un ejercicio lleno de posibilidades creativas, pues como diría Irene Vallejo en su magnífico libro El infinito en un junco, “qué antiguo puede llegar a ser el futuro”. Sobre todo, si se mira tal ejercicio como oportunidad para encontrar lecciones del pasado útiles para abordar debates y retos del presente, y para ayudar a construir esos mitos fundacionales que nos unan como nación. Hay que partir por supuesto de la valoración del contexto en el que aquellos se dieron, y dependerá de quien haga la lectura, la selección de lo que se evoque y la perspectiva con la que se les aborde.

Así, en el presente año  ha sido valioso rememorar por ejemplo  los 160 años de la Constitución de 1863 de los Estados Unidos de Colombia  y  los 170 de la Constitución centro federal de 1853, para resaltar  la importancia del equilibrio entre centro y periferia en materia de ordenamiento territorial, entre otros asuntos  de los que en las últimas semanas se ha hablado ampliamente, y que resultan fundamentales  para  buscar dar respuesta a los reclamos que desde las entidades  territoriales se hacen  hoy por el excesivo centralismo  que limita su papel en la realización de los fines del Estado,  la buena administración y la garantía efectiva de los derechos en el territorio.

En la misma lógica de resaltar los hitos relevantes y la importancia de valorar lo construido, en este año también es más que pertinente referirse al centenario de la Misión Kemmerer. Impuesta para algunos por el gobierno norteamericano, considerada como necesaria o simplemente reflejo de medidas que tardaban en adoptarse, para otros, lo cierto es que el balance de dicha misión no pudo ser más significativo para la historia y la institucionalidad económica de nuestro país. La creación de la Contraloría General, del Banco de la República y de la Superintendencia Bancaria, la expedición de las leyes  en materia de impuesto de renta, de timbre nacional, de fuerza restrictiva del presupuesto, entre otras, buscaron en palabras del doctor  Esteban Jaramillo -secretario de la misión y  alter ego colombiano de los  comisionados  extranjeros que vinieron entonces-, “establecer orden en la administración pública, consolidar el crédito del país y mejorar todo su sistema financiero”.  

Pedro Nel Ospina como presidente de la República, Enrique Olaya Herrera como  plenipotenciario de Colombia en Washington, jugaron, junto al doctor Jaramillo, un papel fundamental para que dicha misión se realizara y cumpliera sus objetivos de dar consejo y ayudar en la preparación de la tarea legislativa desarrollada entonces para modernizar el Estado, a pesar de  las no pocas voces que miraban con recelo, tanto la misión misma como las medidas propuestas por ella, que vinieron a transformar arraigados hábitos e instituciones.

Vendrían luego otras misiones, incluida una segunda liderada por el mismo Edwin Walker Kemmerer, pero es tal vez la de 1923 la que mayor recordación suele generar por la importancia de las transformaciones que se produjeron en ese y en los años siguientes, y por la pervivencia y la trascendencia del papel cumplido por los organismos creados en ese momento.

@wzcsg