Sólo una minoría de los colombianos es propietaria, y como consuelo recuerdo una frase del Diario de un Don Nadie (Grossmith, 1892): “¿Qué sentido tiene una casa si nunca estás en ella?”.
Ahora que la vida transcurre entre dispositivos, recuerdo que el hardware era más costoso que el software, y se ahorraba espacio de almacenamiento grabando sólo los últimos dos dígitos del año. Al final, la amenaza del Y2K terminó convirtiéndose en otro mito apocalíptico de algún “pastorcito mentiroso”.
Sin contrición, nos encadenaron a los choques de las “.com”, Enron y la Gran Depresión, pero nada cambió; seguimos fingiendo que casi todo funciona bien, y no se requieren transformaciones radicales. Eso en cuanto al jinete financiero; ahora, damos una calurosa bienvenida a sus colegas: climático, biológico y socioeconómico (laboral).
El confinamiento comprimió los espacios, pero nos permitió viajar en el tiempo probando una muestra gratis de los pros y contras del Trabajo en Casa.
Hubo ahorros de agua, porque las personas tomaban menos baños o lavaban menos prendas a diario; también disminuyeron el estrés y el tiempo libre sacrificado por los desplazamientos y trancones ahorrados.
Sin embargo, todo transcurrió de manera urgente, acelerada e inconsciente, y nunca sacamos lecciones. Por eso, tras el levantamiento de las restricciones, muchos prefirieron escapar del porvenir, para “volver” al pasado reciente creyendo que era cómodo, funcional y sostenible.
Todo esto, como decía aquel tango, “bajo el burlón mirar de las estrellas, que con indiferencia hoy me ven volver”.
Usando anuncios progresistas, el presidente Gustavo Petro abanderó nuevos absurdos. Por ejemplo, motivado por reducir la presión inflacionaria, y contener el riesgo de desabastecimiento petrolero, pidió reducir el consumo de gasolina, aunque apuesta a la extinción de Transmilenio, no su mejoramiento, y tampoco introdujo la revolucionaria Semana de cuatro días o 32 horas en su reforma laboral.
Entretanto, las empresas exigen que sus empleados regresen a las oficinas, por culpa de la tentadora negligencia, pues el eslabón más débil es la gestión humana. Como sea, ignoran que esas personas configuraron nuevas rutinas; nunca diseñaron estrategias de transición y reintegración, y muchas experimentan el mismo duelo con el que se cierran los Años Sabáticos o las Licencias de Maternidad (a propósito, en Austria la licencia parental cubre hasta dos años).
Consabido es que la productividad laboral era deficiente desde antes de la pandemia, debido al presentismo, el retrabajo y la torpe gestión: las prioridades permanecen sometidas por las coyunturas, los procesos operan como silos y los sistemas implementados son disfuncionales, pues esas costosas herramientas modernas desnudan las vigentes carencias de las empresas.
Además de esa versión digitalizada del Traje Nuevo del Emperador, el jefe de gobierno de España, Pedro Sánchez, emprendió en su país una cruzada contra la corbata, para ahorrar energía. Igual, seguimos adorando a los bandidos de cuello blanco, y los lazos que no nos atrevemos a desanudar, el Trabajo en Casa y los “habitantes o trabajadores de calle”.
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