Por muchos esfuerzos que haga la policía y sus unidades para prevenir y preservar los ciudadanos de las embestidas que constantemente les hacen los antisociales es físicamente imposible evitar este accionar, si las personas de bien no colaboran y toman medidas que dificulten el constante accionar de los delincuentes.
Es inaudito que los habitantes de una urbe, no obstante estar informados y alertados caigan en manos de estos malhechores. Permítanme unos ejemplos. Se sabe que existen bandas que operan en bares, discotecas y sitios de diversión actuando por medio sustancias narcóticas, que suministran a personas incautas visitantes de estos lugares. El procedimiento se repite día a día con el siguiente esquema, que muy poco cambia: la víctima es una persona solitaria tomándose un trago o refresco, quien es abordado por mujer u hombre, según el caso, persona agradable, buena conversadora y excelente presentación, que se granjea su confianza y entabla diálogo. Si la víctima espera otra persona, el delincuente abandona su presa y desaparece; pero si por el contrario no hay riesgos, la tertulia continua hasta el momento del descuido, cuando el tomasero (nombre que se da a estos delincuentes) pone droga en la copa de la víctima. A partir de este momento sólo falta esperar que la dosis haga efecto, instante en el que hace presencia un compinche para ayudar al traslado del amigo que se encuentra “a los ojos del público”, en estado de alicoramiento. Sobra anotar que al exterior del establecimiento habrá un vehículo presto a colaborar en el traslado del borrachito. Pegunta: ¿Qué paso con las recomendaciones de no hablar con desconocidos?, ¿Dónde quedó el sentido de alerta exhortado por las autoridades? Seguramente en muchos casos los dependientes del establecimiento son cómplices, pero no siempre, y es que el abordaje es rápido y muy seguro, generando ante los empleados confianza en la relación o mutua amistad.
Hagamos referencia a otra escenario, hombres que ante los coqueteos e insinuaciones de una dama, o grupo de damas, fácilmente sucumbe y termina haciendo parte de una rumba con personas que nunca ha tratado, rematando celebración en su apartamento, compartiendo, intimidades, tragos, comidas y propiedades. Estos señores tampoco pueden alegar que nunca fueron alertados sobre estos peligros.
Finalicemos con las llamadas millonarias, actividad que demanda un seguimiento y recolección de información previa, la mayoría de veces suministrada por los mismos miembros y el servicio doméstico de la familia. Cumplido el paso anterior viene la llamada telefónica con la que mediante sorpresa y engaños convencen a la víctima de actuar de acuerdo o a conveniencia del delincuente y asistimos a la entrega voluntaria de pertenencias, dinero y enseres. La advertencia de no dar información por teléfono a desconocidos se perdió y la policía sigue haciendo recomendaciones.
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