El poder judicial, una de la ramas del poder público, tan injustamente juzgadas muchas veces por los desvaríos de algunos de sus miembros, tiene que haberse sentido objeto de una afrenta, que fue de la que lo hizo objeto el Procurador saliente, cuando no atribuyó a sus propias culpas y la de aquellos que lo eligieron para desempeñar las tareas que se propuso mantener por varios años; que ahora luego de la determinación del Consejo de Estado que dijo que su nombramiento, en virtud de fundamentos legales era espurio, resolvió presentar renuncia de un cargo que tuvo una fe de bautismo ilegítima.
No deben haber quedado a gusto cuando el saliente Procurador dijo en su alocución, una vez conocida la providencia, que ésta tuvo lugar para darle gusto a las Farc y al Gobierno; en otras palabras quiso decir que la independencia de los magistrados que tomaron la determinación estaba sometida a la voluntad de la guerrilla y a la del gobierno de Santos, quienes abrían pactado en La Habana, en una de las cláusulas del arreglo, su salida del Ministerio Público. Se graduó así de mal perdedor. No deben estar muy contentos los miembros del Consejo de Estado; desconoció con esta afrenta la independencia que observan y respetan entre sí los tres poderes de la cual se siente orgullosa y satisfecha la nación.
Lo cierto es que el señor Procurador demostró durante estos años su gran habilidad para, por medio de toda clase de subterfugios legales mantenerse al pie del cargo. Todos sus memoriales, demandas, tutelas, etc., fueron estudiadas con juicio, determinación y desapego. Fueron analizados con juicio y tuvieron por el Consejo de Estado respuestas siempre oportunas. ¿Qué pretende con su incomprensible renuncia, que nuestra capacidad de neófitos en estas trapisondas nos impide comprender? Vaya uno a saberlo, solamente su lúcida mente para demorar este juicio podrá entender.
Gozó el Procurador ahora sin la tabla de sustento de una simpatía general, la cual se fue minando a medida que el tiempo iba pasando y los analistas se daban cuenta cuales eran sus pretensiones. Ahora, a partir del momento en el cual sea notificado con todos los rituales de rigor, será un ciudadano del montón en su condición de ex. Podrá ahora con toda propiedad opinar sobre los problemas nacionales e iluminarnos con sus luces; su voz será escuchada con consideración y respeto como la de todo colombiano que tiene el derecho de expresarse sin que por ello sea objeto de persecuciones de clase alguna, pero sin el lastre de las amarras que significan el desempeño de un cargo público de tanta representación y eco en la vida nacional como el que desempeñó. Podrá expresarse con toda libertad sobre la conveniencia o no de aceptar la invitación que se le ha hecho al país de dejar a un lado el último medio siglo de confrontación armada. Quienes han adoptado el Sí como respuesta a la pregunta del plebiscito no tendrán motivo de resentimiento por quienes creen que la respuesta al plebiscito debe ser No. El país no se acabará sea cualquiera la respuesta que resulte triunfante. Ya por lo menos hemos dejado en claro que la vía para acceder a las riendas del poder es la que prescribe la democracia.
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