A las 5:25 p.m. del domingo 2 de octubre, mientras escribo esta nota, escrutado más del 90%, gana el No en el plebiscito. Por una diferencia precaria e inesperada porque lo hizo contra la bien aceitada y enmermelada aplanadora gubernamental que incluyó la mayoría de los partidos políticos en el Congreso, con la sola excepción del Centro Democrático. Fue una campaña desequilibrada porque el Sí contó con una financiación ilimitada del gobierno y los medios, con contadas excepciones, entregados de manera repugnante a la mermelada.
Ese resultado demuestra que, al contrario de lo que pensaban en el gobierno, el país está dividido respecto de los acuerdos y que no puede menospreciarse eso en el futuro. Para el gobierno es una derrota flagrante que tiene que obligarlo a reestructurar su dirección. Empezando porque es hora de gobernar un país que venía en profundo deterioro. Lo que se nos avecinaba era un cogobierno de Santos y las Farc y el camino hacia la revolución del socialismo del siglo XXI que hubiera demolido todas las estructuras democráticas, ya bastante deterioradas por cierto.
Medio país le dijo No al acuerdo de paz, pero no a la paz. Toda Colombia quiere la paz y eso debe incluir a las Farc y a los otros grupos armados, que deben aceptar que por las armas jamás van a llegar al poder. Se trata de renegociar algunos puntos, sabiendo que lo que quede no puede tener una orientación marxista-leninista sino unos estándares de democracia moderna, encaminada a corregir lo que haya que corregir. Hemos enterrado la posibilidad de un socialismo del siglo XXI que nos hubiera llevado a una situación como la de Venezuela.
Ahora bien, las Farc, aunque de manera equívoca, han dicho que perder el plebiscito no es el fin de todo. Hay que creerles. No todo está acabado, pero tienen que entender que reanudar el fuego no conduce a nada. Ahora nadie los va a perseguir ni los va a matar. Sigan negociando pero con otra tónica y mantengan el cese al fuego y más temprano que tarde tendremos paz en Colombia.
Doy gracias a Dios que nos ha hecho entender que los colombianos todos juntos, incluidas las Farc y otros grupos levantados en armas, podemos alcanzar grandes cosas.
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Coda: Alcalde Peñalosa: los bogotanos sabemos bien de su orgullo por haber iniciado el Transmilenio. No podemos imaginarnos esta ciudad caótica de 2016 llena de buses, busecitos, busetas y microbuses haciendo en las calles lo que les da la gana. Si los pocos SITP provisionales (las “petras”) que circulan todavía arman un caos, cómo sería si circularan todos. Pero pensar en un TransMilenio por la carrera séptima es acabar con una avenida emblemática de la ciudad, utilizar cuatro de los seis carriles, dejando solamente uno en cada dirección para el tráfico particular. Hay que pensar en un tranvía que solamente ocuparía un carril en cada dirección porque no se sobrepasan y, si la dirección norte-sur se echa por la carrera trece, mucho mejor. La energía la puede sacar montando una planta eléctrica para procesar desechos de Doña Juana, con tecnología sueca o austriaca. Doble efecto benéfico. Pero no TransMilenio.
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