Llegó el tan esperado dos de octubre. Como era de esperarse, la Registraduría nos prodigó una información precisa y a eso de las seis de la tarde ya el país estaba al tanto de los resultados, altamente sorprendentes inclusive para los vencedores. Pero como de todos los hechos hay que obtener enseñanzas o consecuencias, este resultado electoral no es la excepción. Sea lo primero recalcar que desde hace mucho tiempo, varias décadas, los colombianos no éramos invitados a las urnas para votar por ideas. La última parece haber sido la determinación que nos fue propuesta para la creación del Frente Nacional que puso fin a un cierto desenfreno en las costumbres políticas que estaban campeando en las confrontaciones entre liberales y conservadores. Así se le dio vía libre a la alternación y tuvimos diez y seis años de una cierta paz política pero perturbada por la iniciación del movimiento guerrillero encabezado por “Tirofijo”, hoy denominado Farc. En esa ocasión, así como en esta, se decidió sobre una manera de comportamiento de las costumbres políticas o mejor, de cómo llevar adelante las controversias de esta índole.
El domingo pasado fuimos convocados a manifestarnos sobre cómo nos parecía el arreglo al cual se había llegado con las Farc. El resultado como lo pudimos apreciar a eso de las seis de la tarde fue inusitado; dejó muy contento a un poquito más del 50% de los votantes y desconsolados a un poquito menos del 50%. No es pertinente ahora hacer análisis alguno pero si vale la pena hacer algunos comentarios, pero ha de ser para bien del país que nos pongamos de acuerdo.
Quienes elaboraron las encuestas ni siquiera se aproximaron. Eran de una índole tal las predicciones que se daba como un resultado que no era objeto de controversias, que la mayoría de los ciudadanos votaría por el Sí. No existía unanimidad sobre el porcentaje que sobrepasaría al No. Este columnista, un poco escéptico y ahora más con los resultados de las encuestas, en repetidas ocasiones ha sostenido que en la única en la cual que hay que creer es la de los escrutinios electorales. Claro, si no hay abstención. En el caso que nos ocupa ni siquiera se acercaron los encuestadores, ni siquiera a hablar de empate; siempre el SI adelante.
Las cifras que nos ha suministrado la Registraduría nos conducen a establecer que en este caso, con una abstención del 65% del censo potencial, la decisión de no aceptar el arreglo con las Farc, que nos conducirá a la paz que tanto anhelamos, fue tomada por la mitad de los votantes que cumplieron con su deber ciudadano, es decir el 17,5% de los ciudadanos aptos para votar. ¿Qué se podrá hacer para que los ciudadanos cumplan con su derecho y obligación de manifestarse en ocasiones como esta? Esa es la regla que nos hemos impuesto y no es el momento de protestar pero sí de señalar. Que haya una presencia masiva en las urnas, de suerte que grandes decisiones como aquella por la cual acabamos de votar no se decidan por una minoría como la calculada, parece un buen propósito: acabar con la abstención.
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