“Oremos a nuestros beatos para que el país logre la paz”
Después de la tormenta viene la calma. Después de un crimen atroz viene firme repulsa al acto criminal y corona de gloria para víctimas inocentes. Ojalá llegue conversión a los victimarios para que obtengan el perdón, que con ejemplar actitud cristiana, imploraron de Dios, por ellos, los sacrificados testigos de la fe.
El Obispo Jesús Emilio Jaramillo y el Sacerdote Pedro María Ramírez, fueron asesinados a cuarenta y un años de distancia (02-10 1989 y 10-04- 1948), por gentes que, a imitación de los rebeldes del Antiguo Testamento, perseguían y mataban a los Profetas, que con su testimonio y anuncios en nombre de Dios les eran incómodos (Mt. 23,47). Vidas edificantes fueron las de estos dos mártires de la fe, apóstoles generosos en llevar el mensaje de Jesucristo a los sitios a donde la Iglesia los fue enviando, quienes presintieron que su vida ejemplar, su testimonio y su predicación, podían hacerlos víctimas de gentes enceguecidas contra los que contradijera sus erráticas ideas y torcidas acciones. Con heroicas actitudes, no huyeron ni bajaron el ritmo del cumplimiento de sus deberes.
El Papa Francisco, en Villavicencio, el 08-09-17, proclamó Beatos, dignos de culto en los altares a esos dos servidores de Dios y de las comunidades, quienes murieron no clamando venganza sobre sus asesinos sino la gracia de su sincero arrepentimiento del crimen, y llamado a dejar sus erradas y sanguinarias ideologías, para bien de ellos, de nuestro país y de mundo entero. Multitudinaria fue esa celebración, en la cual se destacó que los dos eclesiásticos fueron no solo testigos de fe al derramar su sangre por adhesión a ella, sino, también, por la honestidad de sus vidas, su edificante piedad, su denodada labor apostólica.
Tanto en Arauca, en donde fue el Obispo Mons. Jesús Emilio, fue sacrificado y en donde reposan sus restos mortales, como la Plata (Hla), cuna del Padre Pedro María, a donde fue llevado su cuerpo mortal después de su asesinato en Armero, se celebraron eucaristías con desbordante júbilo y fervor en acción de gracias por sus beatificaciones. Fueron esas imponentes celebraciones en la fecha señalada para su fiesta anual, con textos de Liturgia propias. Para el primero fue el 2 de octubre, día de su martirio, para el segundo el 24, de ese mismo mes, fecha de su Bautismo a pocas horas de su nacimiento.
El Nuncio Apostólico, los Cardenales Rubén Salazar y José de Jesús Pimiento, así como unos treinta Obispos, más de doscientos Sacerdotes y millares de devotos de todo el país se congregaron en aquellas celebraciones vibrantes de júbilo regional y nacional, por tener estos dos Beatos más nacidos en Colombia, protectores de la vida y fe de los habitantes de esta Patria, que agradecen a Dios como la mayor riqueza de su pobladores.
Insistió el Papa Francisco, en su reciente visita a Colombia, en que el piso verdaderamente firme para la paz y armonía en nuestro país es la fe en Dios, la práctica del mensaje de Jesucristo que lleve a un arrepentimiento de crímenes y actitudes corruptas, implorando todo ante los testigos de la fe a quienes acudimos como intercesores celestes y ejemplo de fidelidad hasta el sacrificio en esa salvífica enseñanza. El júbilo de regiones y de Colombia toda será perpetuo, y llevará a cambio de corazones, para que por encima de rencores y discordias, lleven esta Patria por sendas de bien.
Queda la tarea y compromiso de seguir orando por la elevación de estos Beatos, y los otros colombianos que gozan ya de este glorioso título, para que lleguen a ser canonizados declarándolos Santos. Han sido llevados al culto en los altares, se los puede invocar e implorar de ellos favores, y de éstos, considerados como milagros, darlos a conocer a las autoridades eclesiásticas para que sean tenidos en cuenta en sus causas de canonización.
*Obispo Emérito de Garzón
Email: monlibardoramirez@hotmail.com
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