Revisando el listado de los ganadores del Premio Nobel de Literatura es posible encontrar algunos mínimos comunes denominadores en los estilos literarios de los galardonados que nos permiten esbozar la ratio decidendi que la Academia Sueca implementa a la hora de fallar.
El párrafo con que inicia el último informe de la ONU sobre el proceso de paz en Colombia no pudo ser más desalentador: “Los ceses al fuego que llevan en vigor desde enero se vienen observando en gran medida sin protocolos ni mecanismos de verificación definidos, lo que hace que sean más frágiles y dificulta evaluar su cumplimiento y determinar sus resultados”.
Siempre nos costó mucho trabajo saber cuántos colombianos vivían en Venezuela antes de Chávez, esto es a finales del siglo XX. Cuando emigraron hacia Colombia casi 3 millones desde Venezuela me pregunté cuántos serían colombianos, pero nunca encontré una referencia a ese tema. ¿O todos prefirieron seguir en Venezuela? Sería muy raro. Y valdría la pena estudiar el tema.
Algunos temas, como éste, se llenan de tesis, pero distan de precisiones en la realidad. Pareciera difícil de asociar, como debe ser, a todos los servidores públicos con el hecho de ser un ejemplo para la sociedad.
En buena hora en la Corte Internacional de Justicia resplandece el respeto debido al derecho internacional, numerosas veces en el curso de los años del litigio con Nicaragua. Nos referimos al sensible asunto en este diario, sugiriendo, cuando Nicaragua denunció el tratado Ezquerra Bárcenas, que Colombia debía ir a La Haya y plantear que ese tratado era írrito, por lo que las cosas entre las dos naciones debían volver a la situación de antes que entrara en vigencia el mismo.
No hay que recurrir al ampuloso lenguaje que resuman las “declaraciones” del ministro de Relaciones Exteriores (pronunciamientos que parecen estar sustituyendo cada vez más las formas habituales y propias de la diplomacia a través de las cuales se expresan las posiciones de Estado) para decir lo evidente: que el fallo proferido el pasado jueves por la Corte Internacional de Justicia constituye un hito -nunca mejor dicho- en la historia de la política exterior colombiana. Para decir las cosas importantes sob
Como nuestra existencia está marcada por la incertidumbre y la impermanencia, todo lo que hacemos, tenemos, sentimos y pensamos llega y pasa. Nos queda lo esencial, lo que es real, mas no evidente.
Transcurridos once meses desde la posesión del presidente Petro, el país vive incertidumbres y angustias que superan las dramáticas vivencias sufridas en el pasado reciente.
Cuando un líder o un luchador exitoso sufre contratiempos o aparatosos fracasos, muchos corderos resentidos aprovechan para rugir como falsos leones. Lanzarle lodo a los que lograron admirable empoderamiento, es triste deporte, no solo de minoría frustradas, sino de gentes pérfidas que gozan pisoteando al conductor que un día dominó a poderosos sectores de un partido o de un país. No se arrojan piedras y guijarros contra chamizos raquíticos, sino contra árboles frondosos, llenos de frutas abundantes.
Conversar con la contraparte política es tiempo perdido. Es tal la superficialidad de sus argumentos y su afán por discutir y bravear sin fundamento, que sus adjetivos desobligantes y sus expresiones clasistas y humillativas solo tienen el ánimo de ofender, incomodar y no corresponden a un análisis sensato y con argumentos.